Tuesday, April 28, 2009

Hoy, que me desvelo, no puedo más que recordar acaso el primer desvelo sentido, vivido, sufrido. No tengo la memoria de los años, pero estábamos en una calurosa noche, en las bancas del hospital Universitario. Mi tío Roberto hacía la guardia para estar al pendiente de las noticias de mi tío-abuelo Goyo. Nos habíamos quedado con mi tío, mi hermano Jorge y mi primo Ismael (¿o era Rubén?). La noche afuera del hospital estaba fresca y el aire movía las hojas de los arbustos y árboles y refrescaba a las mujeres y los hombres que se hacían al sueño bajo ellos. Recuerdo que por el pasillo principal, afuera del hospital, cruzaban cucarachas enormes.
Nosotros deambulábamos por las orillas del hospital Universitario, veíamos a las enfermeras de blanco con sus chalecos verdes y sus cofias del mismo color, o intentábamos alargar alguna historia que ellas contaban. A una hora incierta, ¿las dos o tres de la mañana, cuando el sueño más aguijoneaba, mi tío Roberto, quién sabe de dónde sacó unos cartones y nos tiramos todos a dormir en una especie de consultorio abandonado, ahí, en la sala de espera. Nos extendimos con gusto, pero era difícil dormir en aquel suelo tan lleno de tristezas y medicamentos. Nos movíamos con desazón y finalmente nos pusimos en pie y volvimos a recorrer el hospital, salimos al estacionamiento, vimos las ambulancias oímos las charlas de otros tránsfugas del sueño.
Casi al amanecer, mi tío nos llevó al Super 7 cercano y nos compró de comer. Qué felicidad la de nosotros, que corrimos a tomar nuestro refresco y varias hamburguesas listas para ser recalentadas en el micro. Cruzamos de nuevo al hospital y ya no nos movímos hasta que, con el fresco de la mañana nos llegó el aroma del café para despertar a la gente y poco a poco hombres y mujeres se descobijaban y salían debajo de los árboles o de las bancas, para esperar al médico en turno.
No tardó la ciudad en llenarse de ruidos y más olores. Por allá llegó un vendedor de tacos de barbacoa, puso su tendajo, bajó su tanque de gas y empezó a vender y nos llegaba con claridad el olor del picadillo, la carne deshebrada y el chicharrón.
Mi tío Goyo murió esa semana. Lo enterraron en su pueblo, de donde es una parte de mi familia, de Venado San Luis Potosí.
Nos dejó muchos recuerdos, recuerdos gratos, cuando llegaba en el tren cargado de cajas con quesos y chorizos que después vendía, apenas sostenido con su bastón que parecía un roble. O lo recuerdo pelando tunas en el patio de su casa en Venado. De mi tío Roberto, hay otros recuerdos y otros dolores. Pero ahorita, que son las tres con doce, yo recuerdo mi primera noche de insomnio, se me pegan a los ojos aquellas imágenes de la ciudad que aún a pesar del aire fresco se mantenía tibia bajo nuestros pies y tibia para el recuerdo.

1 comment:

yes yes y'all said...

hey, qué tal. oye, vivo en monterrey. quiero saber en dónde puedo conseguir tu libro 'dejaré esta calle'. he ido a algunas librerías de conarte, pero no lo tienen. ni siquiera sale ahí en sus compus. ¿se agotó el tiraje? este es mi correo: jmsoto_qtip@hotmail.com ai por si tienes chance de responder. gracias.