Thursday, August 12, 2004

Travel Monterrey

Asi las cosas allá vamos. Adelante van Raúl y Minerva, atrás Claudia y yo. Es de noche y el aire tibio aún anda por las avenidas donde salen a nuestro encuentro camiones y traileres. Ana nos había dicho en un croquis que extraviamos como tres veces, que debíamos de irnos por la carretera hacia Villa de Juárez, hasta el entronque con San Mateo, después en un cruce feo dar vuelta a la derecha. Teníamos que pasar una pista para carreras en lodo, dos arroyos, el Bar Kini, un depósito y finalmente entrar a las brecha que estaba justo a un lado de la torre de agua. Ana también dijo: Voy a poner cartelones que digan: a la fiesta de Antonio.
Nos detuvimos en un Super 7 u Oxxo, no recuerdo, a comprar cervezas y papas. Dimos muy bien con el entronque de la carretera de San Mateo y pasamos el cruce feo donde dimos vuelta a la derecha. Pasamos de largo por un retén de policias afuera de una quinta para festejos. Las luces de las torretas relampagueaban azules y rojas en la noche conforme las dejábamos atrás.
Allá a lo lejos, sobre las matas oscuras, los encinos solos, se veía el contorno zurcido del Cerro de la Silla. Poco a poco aparecieron los anuncios de la fiesta de Antonio. Pasamos finalmente el bar Kini y entramos a la brecha a un lado de la torre de agua. Entonces Raúl apagó el carro, mató las luces y nos quedamos a oscuras, sentados sobre los asientos calientes, con las cervezas frías en las manos y nos dedicamos a ver esas ramas extendidas como brazos que araban sobre el camino. Vimos el cielo no tan atiborrado de estrellas y luego reanudamos la marcha.
Cuando llegamos al rancho salieron a nuestro encuentro más de siete perros y luego vimos la fogata, las velas que flotaban o pendían de los troncos de los árboles. Luego vimos la fogata, a Miguel y al hermano de Ana y finalmente a Ana en la cocina preparando todo para la cena. Sacamos sillas y nos sentamos a sentir el calor de la noche y a beber cerveza y recordé algunos trozos de películas gringas donde los personajes lo único que hacen es ver televisión y tomarse una cerveza o contemplar impávidos el fuego, viéndolo danzar, sumergirse en sí mismo sólo para salir más fuerte y alto, más despeinado y violento.
Pero no. Este fuego era un buen pretexto para no saber nada de las calles de la ciudad de México, de los problemas con Hacienda y era tambíén una bienvenida para Abel que regresaba de deambular por las calles de Marsella o Paris, y para Elida, Lacho, Cristina, Raúl, etcétera.
Pensamos en los amigos que siguen lejos y en los amigos que por una cosa u otra no habían ido. Brindamos por ellos, comimos la discada, nos reímos, bailamos otro tanto con unas buenas canciones norteñas. A las cuatro de la mañana nos fuimos a caminar hacia un arroyo, los perros a nuestro lado, Ana con machete en mano y como a las seis, bastante ebrios, tuvimos una guerra de agua como en los viejos tiempos.
Casi amanecía cuando regresamos a Monterrey. Los cartelones seguían en la carretera, el cruce continuaba igual de feo pero era de día ya y todo había pasado.


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