Thursday, July 20, 2006

No otra Elena

Vengo toda de negro, me dice Elena por el celular. Tengo el pelo corto y traigo las maletas. Todo su acento sinaloense cae con peso al pronunciar las palabras. Se llama Elena Méndez y le daré asilo al menos por una noche en la ciudad de México. No la conozco pero una buena amiga mutua nos contactó. Es martes y salgo de la tutoría a la espera de la llamada. Son las tres y media cuando me llama. Ya llegué, me dice. Quedamos de vernos en el Sanbors frente a El Angel. Ando a las carreras. A las cuatro llega Orlando y debo entrar al taller.
Apenas recibo su llamada salgo de la Fundación a paso veloz. Tomo un taxi y le ordeno ir al ángel. El taxista conduce entre la rapidez de Liverpool y la lentitud de Florencia. Salimos al redonde y cuando llegamos al Sanbors bajo con las mismas prisas. Le digo al taxista que espere. En la zona de venta no veo a nadie pero pronto aparece una muchacha vestida de negro, con bolsa de cuero, ojos verdes, pelo lacio y recogido en una trenza. Lleva al hombro una bolsa negra.
Elena, hola, hola soy Antonio.
Elena se sorprende.
Ah, hola, hola, qué tal, me dice.
¿Y tus bolsas? ¿Tus maletas?
No, no, ando así, nada más con esto.
Pero...
Elena sigue con la sorpresa.
Anda, anda -le digo- afuera está el taxi.
La tomo del brazo, la arrastro casi a la salida. Afuera nos recibe el sol, el ruido de siempre y Elena sube al taxi, después yo. A la colonia Roma, le digo al taxista y es sólo hasta una cuadra después cuando Elena me dice:
A ver, a ver, dijiste Elena o Mariana.
Y yo reconozco el ecento tan capitalino, tan poco sinaloense.
Dije Elena. Elena.
Es que yo soy Mariana.
No...
Sí, me llamo Mariana y como esperaba a un amigo muy parecido a tí pero que hace mucho no veo...
Es que yo buscaba a alguien de negro. Caray, esto parece un secuestro.
Nos reímos. Nos miramos avergonzados mientras le digo al taxista que nos regrese al Sanbors del ángel.
En el camino ya no nos decimos nada. Repetimos que esto es muy gracioso y yo le digo: pues te subiste sin chistar al carro. Y ella nada más asiente de nuevo, avergonzada.
Llegamos al sanbors y ahora sí, Mariana encuentra a su amigo y yo veo a Elena en el restaurante, bebiendo chocolate. No me vas a creer lo que acaba de pasar, le digo. Y miro de reojo a Mariana quien acaba de entrar al restaurante con su amigo. Al vernos sonríe. Pues qué pasó, insiste Elena. Nada, nada, le digo.

1 comment:

Jan de la Rosa said...

JAJAJAJAJAJAJA!!! NEEEEETA??

(moraleja: tengo que ir al DF y subir la primera niña que me guste a un taxi... parece ser en extremo sencillo!)
(...subrilas... no que me gusten.....=|)