Sunday, February 10, 2008

San Lucas

Fuimos el Jaguey por un sendero a un lado de la autopista. El zumbido de los carros y el rumor asmático de los trailers no nos distraían de camino y de la sensación de hundir los pies en el pasto. Adelante de nosotros unos chicos caminaban a paso un poco más rápido que el nuestro y se divertían lanzando piedras contra un anuncio que estaba ya campo adentro; entonces me pregunté hace cuánto que no lanzo piedras sólo por el placer de lanzarlas; tomé algunas y empecé a aventarlas lo más lejos que pude mientras adelante C, su hija, y D caminaban hablando del clima y del agua.
El Jaguey, nos había dicho C, era un pequeño ojo de agua que brotaba más adentro, alimentándose de las corrientes que bajan de los volcanes. De aquella agua se alimentan casi todas las parcelas de San Lucas. Pasamos la autopista, cruzándola por un túnel y salimos del otro lado, a la vista de una hacienda abandonada. C nos contó que ahí hacían ritos satánicos y había domingos que los evangélicos tomaban los solares para hacer cultos. D y yo nos miramos, y al ver las paredes grafiteadas con penes y maldiciones dijimos que no, era imposible que evangélicos fueran ahí.
La hacienda tenía al menos una construcción en pie, sin techo, con los muros encalados y otras partes en barro vivo. Del otro lado, entre los árboles y las hierbas que crecían desordenamente sobresalían otros muros y árboles que partían los pedazos de roca y hierbas que salían de ventanas semedurridas y arcos sostenidos por árboles.
Por aquí se aparece gente, dijo C, si vienes en el carro se te apagan y te tocan el techo o hay veces que sientes que te aprietan los brazos. Y el camino al Jaguey sí podría parecer tenebroso aunque sólo lo rodearan árboles y musgo y un canal de agua por donde bajaba el agua hasta el pueblo. D iba adelante y yo atrás de ella seguido por C y su hija que a cada rato se mentaban madres, divertidos. Subimos un terraplen y estaba invadido por flores y arbustos y se descolgaban a un lado del camino y ni parecía con aquella tranquilidad que estuviéramos a menos de cien metros de la autopista porque era como si todo el mundo se hubiera escondido y sólo quedara aquel camino silencioso y un tanto oscurecido por la nublazón.
Allá está, dijo finalmente C y entonces vimos el ojo de agua. Al fondo había una gran tubería azul que brotaba del suelo y escupía una corriente de agua fresca. Había a un lado una casita y un par de viejos que platicaban. Nos sentamos un rato, tiramos piedras y después nos acercamos hasta la tubería. El grueso del agua caía dentro de una pequeña pileta que conducía a los canales. Intentamos tomar agua pero ésta se nos metía en las narices. Un viejo limpiaba un manojo inmenso de cilantro que se le doblaba sobre las manos como si tuviera vida. Jugamos con el agua a ver quién tomaba más y más rápido. Yo metía apenas la cabeza y mordía aquel torrente y el agua me inflaba los cachetes y después tenía que escupir y limpiarme la frente y los cabellos. Luego D lo intentó y después C y su hija pero todo era casi inútil hasta que ideamos meter la mano como cuchurucho.
después me alejé un poco hasta el canal y metí las manos en el agua helada. El canal tenía lirios al fondo y se movían por la corriente. El agua formaba pequeños remolinos que aparecían y desaparecían en el canal invadido por musgo. Ya de regreso a San Lucas jugamos un partido de futbol. Yo sólo recordaba aquella agua cuando, desde la portería, intentaba lanzar algun pase exacto para meter gol.

1 comment:

José Luis said...

Sin lugar a dudas, la crónica y la topografía son lo tuyo, me encanta la manera de llevarnos de tu mano a través de los paisajes y las actitudes de tus personajes.

Que no pare!

Un abrazo amigo.

Buena salud a todos.