Tuesday, October 17, 2006

10 de octubre no se olvida.


La maestra Alma iba radiante de la mano de su esposo e hija. Se sentaron en las primeras filas. Ioio llegó mientras me entrevistaba un muchacho para una agencia de noticias del INBA. Más tarde llegó Raúl, Javier, Alejandro Hernández, Heydi y Alejandra del ILCE. Yuri y Rodolfo de Santander habían llegado casi al principio y más tarde apareció Nancy y Martín Rosas. La sala Adamo Boari se fue llenando de buenos amigos y amigas. Y se fue llenando y empezó a hacer calor. Enrique Romo andaba de un lado a otro. Lo mismo se detenía a platicar con el maestro Cassar que a saludar al maestro Orlando Ortíz. En la mesa, Eduardo Parra y Felipe Garrido ya se acomodaban en sus sillas respectivas y yo en la puerta mientras esperaba que llegara O quien, después supe, se fue hacer un peinado acá, de época.
E inició la presentación. Y llegó O y se sentó casi al final del auditorio. Heydi sonreía. Lo mismo que Mónica e Ira y Rodrigo y Xóchitl ocuparon las primeras filas y Efraín iba y volvía de la puerta principal esperando que apareciera Grace y Memo. Y más tarde llegaron Boone, Hinojosa, Vicente, Nadia, Julian, Lucilla, Mijail, Mariana y Lucía y Gaby Aguirre y Cristhian. Al frente, oían atentos Gerd y Paty y Maty y Edith y Mónica y un amigo y Luisa y el Bato mientras Marlen y Mariana buscanaban asiento. Epigmenio estaba al final de la sala. Y la maestra Alma, quien empezó a presentar el libro habló de la maravilla de conocer a gente que, no se sabe nunca, será después importante y buena amiga y después habló de los cuentos, su violencia trágica y cómica al mismo tiempo y después le tocó el turno a Parra. Y dije que hace muchos años había matado a Parra en un texto y después Parra dijo que habría querido hacer un texto más emotivo pero después iba a terminar llorando y su presentación abordó todos y cada uno de los cuentos: los desmenuzó, habló del lenguaje, de la recuperación de un tema y un lenguaje. Y después le tocó el turno al maestro Garrido.
Y Garrido habló de los inicios de los cuentos y dijo que si don Edmundo Valadez tuviera Dejaré esta calle en las manos, leería el inicio de los cuentos y se llevaría el libro a su casa sin dudaro. Y más tarde dijo que algunos cuentos le provocaban tristeza o asco por lo que se contaba pero que ahí residía lo maravilloso del libro: no resultaba indiferente. Y mientras él decía eso, allá abajo yo le sonreía a O o pasaba la mirada hacia tantos y tantos amigos que habían llenado la sala Adamo Boari. Ahí estaban incluso un señor que escuchó una de las entrevistas de radio que me hicieron y se descolgó a la presentación. Y ahí estaba también un señor pálido, delgado, con ropas arrugadas que prestaba mucha atención a todas las palabras.
Y después tocó mi turno. Y hablé de las pesadillas que eran los cuentos, dije de la censura en el cbtis de Juárez al cuento de Barda Alta y de la censura de mi tío José Luis a un cuento y volví a decir lo agradecido que estaba por la presencia y recordé, porque siempre es bueno recordarlo, que cuando llegué a la ciudad de México mi única amiga era la señora Alma Arreola y su nieta y ahora me encontraba con más de cien amigos y amigas venidos de todas partes de la ciudad, atravesando el caos citadino, el metro, los cuellos de botella en Patriotismo, cláxones, semáforos en rojo, presiones en microbuses y taxis para estar ahí, conmigo y con O esa noche del 10 de octubre del 2006.
Y no dilaté más mis palabras frente al micrófono. Martín fue el primero en aparecer para darme un abrazo y me dio gusto verlo ahí, recordando esos días en Santander cuando estabamos en tiempo muerto o trabajando o yendo a comer a mercados o al Sena 22. Y se apareció entonces un señor, el delgado, de ropas arrugadas, se acercó nerviosamente y dijo: hola, hola yo me llamó Andrés. Y fue todo lo que dijo: "yo me llamo Andrés". Y mientras firmaba los libros, Andrés iba y venía del fondo de la sala Adamo Boari a la mesa de presentación, nervioso, medio fuera de lugar, como si quisiera decir algo pero no se animaba. Y al terminar, cuando los amigos estaban junto a las escaleras fui, le dije: "Andrés" y se sorprendió de eso y respondió: "Sí, si, yo me llamo Andrés". "Tenga", agregué y le entregué uno de los libros firmados, le entregué mis calles, mis colonia, mi gente, mi lenguaje, mis 112 cuartillas de colonia Moderna brava, rebelde, acá, maciza, y el rostro de Andrés se iluminó y musitó un gracias que no sé de dónde le salió. "Pero fírmalo", agregó, "ya está firmado", le dije.
Afuera estaba la noche cuando salimos de Bellas Artes rumbo al salón Corona a brindar y decir salud. Lo mejor de la literatura y la escritura es los buenos amigos que te deja, creo. La lucha de egos, las competencias literarias que se queden fuera, como dice bíblicamente, en el llorar y crujir de dientes.

5 comments:

Iván said...

Wow, me hubiera encantado estar ahi. Hasta una lagrima derramé al ver la felicidad que te embarga. Ya será la próxima.

P.D. Ahora si ya se porque libro empezar

Anonymous said...

Qué bueno que hablas así, me da gusto esa emoción que sientes. Te oyes muy sincero en tus agradecimientos y en tu modestia. ¡Felicidades por tu presentación y que como estas tengas muchas más!

Jan de la Rosa said...

Que chido, Toño! =)

Que envidia, hasta resultó divertido!

Me hubiera encantado escuchar a Garrido decirte de cosas bonitas.

En cuanto a presentaciones, me tocaron la de Saltillo y Monterrey... me irá a tocar la de New York próximamente?!!

Felicidades de nuevo!

A. said...

Hola. Muchas gracias por sus palabras. La noche resultó fabulosa, de esas con las que no sueñas cuando empiezas a escribir. Gracias, Blanca, Ivan, Liliana, que pronto nos veremos y Janell, que tambien pronto nos veremos.

yanmaneee said...

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