Soy anfitrión por naturaleza. Me gusta recibir gente en casa y las visitas son para mi un disfrute más allá que ser visitante. La primera vez que invité a alguien a comer a la casa fue a una maestro de primaria. Le dije a mamá: invité al maestro a comer a la casa. Mi madre puso el grito en el cielo pero ese día limpió la casa lo mejor que pudo. Yo compré dulces para una visita que al paso de la hora nunca llegó.
No volví a invitar a nadie hasta que cumplí ocho o nueve años, no lo recuerdo. Yo estaba emocionado no en sí por la fiesta, sino por los preparativos de la fiesta. Anduve viendo qué tipo de pastel quería y los dulces de las bolsitas (las dotaciones como dicen en otras partes). Mi ánimo de gerente de fiestas infantiles no tuvo descanso hasta que uno a uno mis amigos se fueron. Simón dijo un Hosana muy divertido pero fuera de lugar mientras mi mamá daba gracias por los alimentos. Todos nos reímos pero yo nada más vi el rostro serio de mi madre después de eso.
Tal vez por eso nunca más tuve una fiesta ni invité a nadie a casa.
Cuando cumplí los 24 años me decidí a hacer un reventón. Volvieron las presiones y en un momento me di cuenta que ser anfitrión es una cosa terrible. Tienes que estar al tanto de que todo esté bien. Yo lavé la azotea, ordené comida mexicana, renté sillas. Todo un show que tuvo su punto culminante cuando mi tío Vidal entró a cantar las mañanitas. Al día siguiente tuve que limpiar todo y recuerdo que me corté con una silla.
Vivir en el d.f. me ha resultado mucho mejor para fiestas y reuniones. Mientras vivía en Aragón, una noche tuve que darle asilo a Samantha quien venía de Argentina y su vuelo se había retardado. Me la llevé a conocer la ciudad de México en la noche y el taxista nos contó historias de sismos y sesentaiochos mientras pasábamos frente al Monumento a la revolución o al Catedral. Luego en casa confiné a Samantha en mi habitación al fondo de la casa y cuando al día siguiente se fue yo estaba contento por haber sorteado con éxito la visita.
En Plateros, sin muebles ni nada, sólo recibí la visita de una conocida que iba a cortarle las uñas a mi gato Ajax. Acomodé dos botes de pintura y los puse de sillones. Fue espantoso. En el piso dejamos las tazas de café (dos que me habían regalado poco tiempo atrás) y comimos galletas mientras Ajax iba de un lado a otro.
En el primer departamento de Vistas del Maurel no recibí a nadie. (aún no conocía a nadie). Y en el segundo sí cayeron como racimo mucha gente: Minerva y novio, después Minerva sola, seguida por Minerva y Gaby. Elida estuvo una semana. Mi hermano fue cuatro días. Luego Elida, Lacho y una amiga cayeron un fin de semana. Janell y Lila fueron una noche. Miguel Román cayó cuatro días y finalmente fue Ana Mercedes. A esa casa fueron a comer una vez Hernan Quijano, Liliana y Alfredo y después ahi fue la fiesta de bienvenida de Brenda.
Ana llegó con sus copias y sus libros del Colegio de México y cuando se fue, al igual que con las demás visitas, la casa ya no era la misma. Eso me gusta de las visitas. Dejan algo de ellas en casa.
Ahora en el departamento 402 de vistas fue Raúl Silva. Estuvo ahí dos días. Llegó con su batahola de compays y mifriends y de llamadas a Monterrey. Ahora Víctor estuvo a punto de caer en la casa pero me encontré con una negativa de Ana. Al final la entiendo. Esa también es su casa. Así que hoy he mirado mis cuentas. He tomado precauciones y oteado en el horizonte. Este muchacho se va. A buscar casa nueva y sólo para mi.
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