Tuesday, June 14, 2005

Retratos Familiares

Muy pronto la vida se irá. No es una frase alarmista sino real. Tan sólo este sábado mi hermana cumplió sus 15 años. En el púlpito, mientras ella estaba toda vestida de color y alegre, con su ramos con rosas moradas en la mano, le leí el retrato que escribí de ella para mi libro de Retratos Familiares. Al finalizar, durante la cena sus amigos pasaron en una pantalla una pequeña presentación en Power Point con fotos de ella desde el año de edad hasta los quince años.
Sin embargo, no quiero hablar de mi hermana ahora. Yo tengo y tenía una amiga. Mónica Morales. Con ella descubrí el valor de las tardes afuera de su casa y durante mucho tiempo siempre estuve buscándola. Iba a su casa. La buscaba. No bailé con ella en la graduación por una historia ya muy vieja que no contaré ni fui a su graduación. Una noche la dejé triste en la facultad de arquitectura, otra la vi meterse a la playa en la Barra del Tordo. Con Mónica compartí carreteras y arracheras, risas y cantos en la madrugada.
Ir a Monterrey presupone tener poco tiempo para estar con la gente querida y también presupone tener poco tiempo para solucionar imprevistos. Y si a eso le agregamos la soberbia natural pues las cosas se joden. Estos son los dos retratos que hice de mi hermana y de Mónica para mi libro.
Elda

Mi hermana Elda nació siendo corazón. Algo hay en su mirada y en su andar aletargado que es indispensable para mi familia. Ya sea que la manden a la tienda o que mi tía Martha antes o mi tía María ahora, vaya y la busque para que la acompañe a tiendas y salidas, mi hermana Elda es esa parte que mantiene unida a mi familia ya de por si unida. Siempre se está quejando de sus tareas pero también le gana la risa fácil y tiene una disposición natural para ser buena. Yo lamento muchas veces todo lo que me la estoy perdiendo mientras vivo lejos. Lamento no ver sus chinos que causarían envidia y no ver cuando Ruth y ella, después de un pleito, se van muy juntitas al centro a comprar ropa. Una vez fui a dar una charla a la secundaria donde estuve y donde ella está ahora. Elda se encontraba al fondo del auditorio. Casi al finalizar un muchacho alzó la mano y preguntó: ¿Oye, es cierto que tú eres hermano de Elda Ramos Revillas? Todos los huercos y huercas volvieron a mirarme. No pude aguantar una carcajada y respondí: Sí, ella es mi hermana. Al instante empezó un rumor, una ola de voces que decían: ¡Que se pare! ¡Que se pare! ¡Que se pare! Elda se levantó toda radiante y diva avergonzada. Quiero recordarla así cuando se acomoda los cabellos y desde el fondo del auditorio mira nerviosamente a todos lados y un aplauso salido de no se qué motivo va hasta ella para abrazarla. Yo también le aplaudí. Pero yo sí sabía cuál era el motivo. Era mi corazón que se conectaba con el suyo, era mi sangre que viene de la misma sangre de la de ella la que me impulsaba. Mi hermana nació siendo corazón. Y yo quiero con estas palabras arroparla, atento a su diástole y sístole y saber que está allá en Monterrey o a donde la mande el destino, latiendo acompasadamente e irrigando con su sonrisa las venas de paz de mi familia.
Mónica
Pienso en las palabras amistad y corazón. Una a la otra se entrelazan, se untan, se contraen, palpitan en la hoja de papel. Luego pienso en la palabra Mónica y el triunvirato me manda de inmediato a Monterrey, a una colonia de calles apretadas, a la música norteña que me sabe a corteza de árboles, de hojas cayendo sobre el asfalto. Los ojos de Mónica enamoran pero su sonrisa puede ser desafiante como un toro en un ruedo. Valiente, incisiva, Mónica ha salido de todos los caparazones posibles, de todas los cambios de piel inimaginables para convertirse en una mujer segura de sí misma, alegre. No canta en la ducha pero sé que nada les fascinaría más que estar en un escenario y cantar cualquier cosa. Durante un tiempo fue arquitecta, despachadora en un parque de juegos mecánicos y gracias a todos esos trabajos una ardiente decisión sale por sus ojos, por su boca cuando canta. Mónica no es de las que malgastan lo aprendido. No la vislumbro esperando nada sino avanzando. Una temporada vivió en Vancouver y me mandaba fotos de ella en Wistler y yo al verla ahí, feliz, sonriente con sus amigas japonesas maldecía no poder estar con ella como aquella tarde cuando se quemó la casa de su tía. Así es el afecto: se llena de vacíos e incendios, se puebla de recuerdos. Tal vez por ello es que cuando pienso en ella recuerdo las calles de Monterrey, a ambos camino a casa de ella. Mónica avanza con lentitud y la tarde le besa la boca y las mejillas. Yo a su lado trato de encontrarle el paso mientras la calle palpita al ritmo de una guacharaca cumbianchera y sin saber porqué al verla veo muchas Mónicas, una que entra al mar en la Barra del Tordo, otra que espera en salas de aeropuertos y una más que canta en carreteras desconocidas. Ella es entonces, en ese recuerdo muchas Mónicas. Ella es entonces muchas mujeres pero el mismo afecto para mi.

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