Martín
De las profundidades de los canales de Xochimilco proviene Martín Rosas. Moreno, cuerpo robusto como una tortuga tirada a recibir con singular alegría el sol de la tarde, Martín se levanta sobre cualquier recuerdo y sobre cualquier nostalgia. De joven escribía poesía y tomaba clases de baile pero fue el estudio de la física lo que terminó por amarrarlo a fórmulas y la mecánica del mundo. Tiene una teoría donde dice que la nada existe y hay que ir a la nada. Dice —afirma con natural disposición— que su familia proviene de una larga tradición de sacerdotes xochimilcas que extraían corazones a tlaxcaltecas y cholultecas después de una guerra florida. Pero él ya nada sabe de esas sangres y se dedica con toda el alma a una sola cosa: amar a Tere, su esposa. Prometí vestirme de payaso cuando su primer hijo cumpliera un año. Apenas nació empecé a imaginar qué rutina haría, de qué colores disfrazaría mi cara para arrancarle risas el día de su cumpleaños pero el niño volvió a la tierra a los días de haber nacido. Pero ya lo dije antes, Martín ama a Tere y juntos han salido del dolor, de la angustia. Martín continúa idolatrando a su mujer como no he visto antes. A veces, en sus tiempos libres, lee algo sobre física y realiza apuntes sobre la nada o sube a la canoa de su familia y se va a pasear en alguna de las lagunas vírgenes de Xochimilco mientras recuerda a su hijo. Lo imagino en esas lagunas mientras piensa en alguna fe extraña, en esas lagunas que también me dice, no merezco verlas.
De las profundidades de los canales de Xochimilco proviene Martín Rosas. Moreno, cuerpo robusto como una tortuga tirada a recibir con singular alegría el sol de la tarde, Martín se levanta sobre cualquier recuerdo y sobre cualquier nostalgia. De joven escribía poesía y tomaba clases de baile pero fue el estudio de la física lo que terminó por amarrarlo a fórmulas y la mecánica del mundo. Tiene una teoría donde dice que la nada existe y hay que ir a la nada. Dice —afirma con natural disposición— que su familia proviene de una larga tradición de sacerdotes xochimilcas que extraían corazones a tlaxcaltecas y cholultecas después de una guerra florida. Pero él ya nada sabe de esas sangres y se dedica con toda el alma a una sola cosa: amar a Tere, su esposa. Prometí vestirme de payaso cuando su primer hijo cumpliera un año. Apenas nació empecé a imaginar qué rutina haría, de qué colores disfrazaría mi cara para arrancarle risas el día de su cumpleaños pero el niño volvió a la tierra a los días de haber nacido. Pero ya lo dije antes, Martín ama a Tere y juntos han salido del dolor, de la angustia. Martín continúa idolatrando a su mujer como no he visto antes. A veces, en sus tiempos libres, lee algo sobre física y realiza apuntes sobre la nada o sube a la canoa de su familia y se va a pasear en alguna de las lagunas vírgenes de Xochimilco mientras recuerda a su hijo. Lo imagino en esas lagunas mientras piensa en alguna fe extraña, en esas lagunas que también me dice, no merezco verlas.
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