Tuesday, December 26, 2006

Monterrey Weekend

Yo no lo sabía, como dice un amigo, Dios, cuántas cosas ignoro, pero en Monterrey hay un nuevo programa que se llama Monterrey Weekend. El chiste del show es tomar por desprevino a un pasajero en el aeropuerto (por qué no lo hacen en la Central de Autobuses, -no lo sé, acaso racismo contra nuestra gente de San Luis y Tamaulipas que llega ahí y no es nice- y se los llevan un fin de semana a conocer las delicias de esta tierra próspera, fina, acá.
El pobre pasajero entonces, se ve envuelto en un marasmo norteño. Sí. Se habitua a que las mujeres hablan a gritos en la televisión, a que las conductoras no lo dejen hablar y que responda a todo con un sí turístico, un sí que haga a inversionistas y spring breakers a dejar las playas de Cancún, los centros financieros de la ciudad de México y se vengan a Monterrey, la ciudad de las Montañas a disfrutar del común y mentado cabrito y las comunes y mentadas carnes asadas.
¿Envidia? Sí. De la mala. Yo quiero salir en Monterrey weekend y que me lleven a la cola de caballo, que me pongan en una lancha en la presa de la Boca, que me paguen una buena cena en un lugar acá, que me pongan en un palco del estadio Tecnológico para ver ganar a mis rayados y me lleven a los antros de moda de San Pedro.
Si, yo quiero Monterrey Weekend.

Sunday, December 24, 2006

En la carretera

Lo mejor de ser de Monterrey es volver a Monterrey. O va en el asiento trasero de la camioneta y lee a Truman Capote mientras Efraín conduce y yo las planicies, las montañas tímidas cerca de la caseta de Los chorros. Unos traileros van de reversa y Efraín se enoja pero cuando entramos al entronque a la autopista vemos el motivo. Una fila de autos, trailers y autobuses detiene el tráfico. Nosotros nos con ellos. Nos llega la noticia: hubo un accidente en el túnel. Tres autos chocaron. Íbamos con buen tiempo pero ahora, este imprevisto nos ofusca. Regresamos sobre nuestros pasos y enfilamos por la libre hacia Saltillo. Qué lata da Saltillo cuando tienes prisa. Perdimos tres horas en ese cambio de 50 kilómetros. Y vamos cansados. Antes escuchábamos a El gran silencio. Bajar por la carretera de Saltillo y ver el cerro de la Silla y escuchar al Gran Silencio al mismo tiempo produce una sensación extraña, un olor a casa imposible de pasar por alto.
Pero ahora vamos por Saltillo. El tráfico nos detiene. Efraín bromea y dice que tengo un master el saltillería mientras le digo por dónde ir, qué atajos tomar. O nada más se ríe y hablamos de reencarnación y de futbol. ¿O qué, quieres hablar de política? me pregunta irónico Efraín cuando el tráfico nos detiene. No, no quiero hablar de política. Mejor hablamos de futbol, de los mejores equipos que tuvieron los rayados de Monterrey. Aparece aquel equipazo de Pedro García con Moriconi, Martelotto, Negrete y Hermosillo, después el equipo de Benito Floro con Correa, Arango, De Nigris y finalmente el equipo campeón del 2003: Franco, Rotchen, Erviti, Arellano.
Y avanzamos. Llegamos a Monterrey con la noche, exhaustos. En la calle donde está mi casa hay un mercado nocturno y me pierdo a recorrer los puestos en la noche, con el frío. Llego a casa de los Bocanegra y sale Sonia, la hermana de Diana y me da un abrazo y me dice: justo acaba de llegar Diana. Y entro a la casa y Diana llora con su hermana Chelis y me ve y me abraza y sigue llorando. Y yo pienso. Bueno, ya estoy en casa. Lo de la familia, lo cotidiano de la familia, que no se suba al blog.

Wednesday, December 20, 2006

Zafarrancho piñatero

Somos felices sin darnos cuenta. Una tarde nos descubrimos en Londres en una calle céntrica con un chocolate en la mano y nos damos cuenta que somos felices. Una mañana nos despertamos y vemos a nuestra gata dormida a nuestros pies y somos felices. Una tarde cualquiera, camino de una ciudad a otra vemos el contorno de la sierra por la ventanilla del avión o las casas blancas al lado de la carretera y nos damos cuenta que somos felices.
¿Soy feliz? Debería decir que sí. ¿Se me llena la boca con la palabra? Debería de decir que no sé. A veces la felicidad no es esa euforia sino un momento muy breve en el que te sientes en paz. Anoche, por ejemplo, fui feliz eufóricamente. Fue la tradicional posada de la Fundación. Amigos y amigas comían carnitas mientras un grupo veracruzano animaba la noche con sones y letras divertidas. Boone platiacaca con Sarabia y Suri. Yo hacía lo mismo con Alejandro y Nadia. En un cuarto miraba las famosas piñatas repletas de libros. Alejandro dijo que le parecía un poco vulgar piñatas con libros pero a mí me parecen una excelente idea.
Cuando dieron paso a las piñatas cerca de treinta nos pusimos en pie y nos quedamos a un lado de donde le iban a pegar. Se alzó ese vientre amarillo con listones y papel lustrina y comenzaron los golpes. Las risas, los nervios, la ansiedad corrían de un lado a otro. Todos gritábamos vivas con los ojos puestos en la fragilidad de la piñata.
Y se rompió con los golpes de Hernán.
Y cayeron los libros.
Aquello fue como poner un brazo en un estanque de pirañas. Brazos, patadas, rasguños. Yo sólo sentí como me empujan y caí afortunadamente sobre la trilogia de Auschwitz de Primo Levi. Estiré la mano y recibí rasguños. Paladeaba los libros con la punta de los dedos pero otros dedos aparecían, otras manos que arrastraban. Con voracidad de pelícano, Hernán, quien miraba el ajetreo de pie, se puso a robar libros de todos los que estabamos en el suelo e intentábamos ponernos en pie pero era difícil, porque no podías apoyarte con las manos para hacerlo, era regreasar los libros al arrebatadero.
La segunda piñata no llegó al suelo. Todos pescamos los libros en el aire. Caían en el pobre parto de la piñata. Nadia quedó boca abajo y creo que la levanté sólo porque tenía un par de libros bajo ella. Ahí recibí un golpe en la espalda. Al final terminé con siete libros. Paco fue el ganador, alcanzo 24. Y veo mis libros producto de ese salvajismo y me da risa. Nunca más, creo, tendré piñatas con libros sobre mi cabeza. Eso, pienso, bien vale decir que vivirlo me ha hecho feliz.

Tuesday, December 19, 2006

Retratos Familiares

Martín

De las profundidades de los canales de Xochimilco proviene Martín Rosas. Moreno, cuerpo robusto como una tortuga tirada a recibir con singular alegría el sol de la tarde, Martín se levanta sobre cualquier recuerdo y sobre cualquier nostalgia. De joven escribía poesía y tomaba clases de baile pero fue el estudio de la física lo que terminó por amarrarlo a fórmulas y la mecánica del mundo. Tiene una teoría donde dice que la nada existe y hay que ir a la nada. Dice —afirma con natural disposición— que su familia proviene de una larga tradición de sacerdotes xochimilcas que extraían corazones a tlaxcaltecas y cholultecas después de una guerra florida. Pero él ya nada sabe de esas sangres y se dedica con toda el alma a una sola cosa: amar a Tere, su esposa. Prometí vestirme de payaso cuando su primer hijo cumpliera un año. Apenas nació empecé a imaginar qué rutina haría, de qué colores disfrazaría mi cara para arrancarle risas el día de su cumpleaños pero el niño volvió a la tierra a los días de haber nacido. Pero ya lo dije antes, Martín ama a Tere y juntos han salido del dolor, de la angustia. Martín continúa idolatrando a su mujer como no he visto antes. A veces, en sus tiempos libres, lee algo sobre física y realiza apuntes sobre la nada o sube a la canoa de su familia y se va a pasear en alguna de las lagunas vírgenes de Xochimilco mientras recuerda a su hijo. Lo imagino en esas lagunas mientras piensa en alguna fe extraña, en esas lagunas que también me dice, no merezco verlas.

Friday, December 15, 2006

El viaje

Deberíamos tomar un mapa y subrayas las líneas del tren que van a las ciudades que visitamos cada año. Cada ciudad a la que hayamos llegado tendría una estrella. Si en el transcurso del año volvimos a esa ciudad, hacemos la línea más gruesa. Después, en una hoja en blanco, deberíamos de calcar esas rutas peninsulares o del interior para ver el esqueleto de nuestros viajes. ¿Qué forma tendrían nuestras rutas? ¿Parecerían gérmenes o esqueletos prejurásicos? ¿Un virus o una cadena de adn o serían acaso un puntito rojo, brillante, inmóvil sobre el mapa?
Me pregunto qué forma tendran mis viajes en el mapa.

Thursday, December 14, 2006

La vuelta de las tortugas II

¿Y a dónde irán a parar algunos? me pregunto...

Y un amigo, me contesta:

"Algunos, por supuesto, no todos, al carajo".

Y los dos nos reímos, claro, claro, bienvenido el carajo.

Monday, December 11, 2006

La vuelta de las tortugas

Estoy solo a estas horas en la Fundación. Casi todos se han ido. Sólo Pablo lee en su cubículo, en un espacio que llamamos la jaula de las locas. Hace rato Boone, Geney e Hinojosa salieron a tomar un café a un lugar cerca, en Napoles y Liverpool. Se antoja en paz esta soledad. Se escucha sólo el rumor de los generadores de un edificio de enfrente y el paso de un vendedor de elotes en la calle. Ya no hay nadie escribiendo. A veces me pregunto para dónde va este boleto de la literatura, me pregunto por toda esa generación que intenta ser escritora.
Pienso en buenos amigos como el Carlos Velazquez en Torreón, tan llena de vitalidad su narrativa con música norteña y lucha libre, en los cuentos de Luis Valdez, cuentos que rayan entre lo bizarro y lo estridente, pienso en César Gándara con sus cuentos sobre Hermosillo, en Liliana Blum con sus textos que avanzan siendo traducidos al inglés. Pienso en Vicente Rodriguez con sus textos sobre gemelos, en la novela de Luis Jorge Boone, en la ordinaria locura de Gerson Gómez, la dramaturgia de Alfredo Hinojosa Díaz, en los cuentos de Nadia Villafuerte, en la obra de Geney Beltran, del buen Trino Maldonado con sus Vienas y sus Austrias, las queridas Laia y de Teresa Avedoy.
¿Qué irá a ser de toda esa generación que intenta, intentamos ser escritores? Me gustan también los textos de Sara Uribe, estimo y aprecio al buen Daniel Espartaco. Pienso también en Cecilia Rojas, una narradora joven de Los Cabos, recuerdo con afecto los textos de Socorro Venegas, al grupo de las ratas en Monterrey con Orfa, Nahum, Odvidio. ¿Qué escribirá un día Jorge Saucedo en Monterrey, Tinajero Mallozi, Caro Olguin. Jair Cortés, Julio César Félix, Mijail Lamas, Alvaro Solis, Amaranta Caballero, Minerva Reynosa, Óscar David López, el buen Edgar Reza son gente que también me pregunto en qué ciudad y qué libros suyos leere. A veces me cuestiono: ¿hasta donde llegaran Julian Herbert, Alberto Chimal, el estimado Hernán Bravo Varela, la querida Vizania Amezcua, la siempre laboriosa Julieta García González o BEF, Will Rodriguez y Moises Zamora? ¿Qué irá a ser de tantos escritores jóvenes, me pregunto aquí, en esta fundación diseñada para escritores jóvenes donde nunca estarán todos los que son?
Aquí he conocido, también, a excelentes poetas, ensayistas, narradores: Richard Viqueira, Verónica Bujeiro, Pablo Molinet, Camila Craus, Gabriela Aguirre, María Lebedev, Humberto Macedo, el joven Leal, Piña, Claudia Berrueto, Lobsang Castañeda, Paola Velasco, Eduardo Saravia, Karla Morales. Tal vez este post es sólo una radiografía personal de gente que estimo, de todos aquellos que veo junto a mí mientras intentamos conquistar el castillo. No el castillo de la cultura y política literaria, que siempre existirá, pero sí de encontrar un buen libro, uno que hable de nosotros o de nada o que hable de las cosas sencillas o de las complicadas. Al menos hoy que estoy solo y Ciri acaba de decirme que saldrá, me siento muy bien acompañado por tantos que fuera o aquí toman la pluma y escriben o piensan también en la soledad de sus casas en ese cuento o poema que no han escrito pero escribirán. ¿Llegaran todos como las tortugas cuando vuelven del mar?
Una generación que sale al mar pero cuando volveran llenas, cargadas, pesadas. Hace días me dijo O del tiempo muerto de las tortugas. Ese instante en el cual los investigadores les pierden la pista. Nadie sabe en dónde se encuentran. Nadie sabe de qué se alimentan, qué comen. En la oscuridad de los fondos abisales las tortugas esperan. No llegaran todas, así como aquí no están todos los nombres, hablo sólo desde mi más cercana vecindad y siempre olvidaré a alguno. ¿Qué día aparecerán las tortugas en la playa? ¿A cuántos seguiré viendo el resto de los años que esperan como viejos amigos que se conocen todas las batallas? O tal vez yo me pierda, deje la escritura pero siempre será interesante saber dónde y cuando llegaran esas grandes tortugas con su cargamento preciado de libros que desovarán en la playa ante los lectores. ¿Quién me puede decir quiénes volverán al igual que los amigos, los amores y los proyectos a retornar a nuestras vidas, a poblar nuestro breve tiempo en la tierra y en la escritura?

Gatos

Mi primera mascota la tuve a los seis años. No era mía, claro, sino de toda la cuadra, pero a base de salchichas y jamón logré que se quedara en casa. A mi madre le dio el ataque. Me recordó el asma, la alergia a los gatos, el chocolate, las fresas, el helado y más. Yo, como quiera, me quedé con la gata. Era negra con franjas cafés, una mirada desamparada y siempre me acariciaba los tobillos. Cuando se murió papá la tiró en el terreno baldío frente a la casa y al día siguiente fui y le hice un entierro como Dios manda.
Muchos más gatos después, gatos casi anónimos, tuve a la Nina y al Nino. Claro, los nombres son harto complicados. Elida me había regalado a la Nina y yo, bien condescendiente con la madre naturaleza, no le hice la operé hasta que tuvo su primer camada bajo el argumento de que quería que la Nina conociera la maternidad. Después me fui al D.F. y en mi casa se encargaron de cuidarlos. Cómo les lloró mi madre y mis hermanos cuando se murieron, flacos, acusados de un cáncer en la garganta. Y más tarde le lloró a otro, El gordo, que yo había recogido de la calle.
En el D.F. en una de mis múltiples casas, para combatir la soledad y el tedio adopté un gato callejero. Le puse Ajax, en honor al gran valiente aqueo y el nombre le quedaba muy bien. Ajax peleaba, mordía, corría, saltaba. Su arenero parecía campo de batalla. Sus garras pequeñas navajas. Cuando esa navidad me fui a Monterrey a pasar las fiestas, mis primeras fiestas después de estar lejos de casa, dejé a Ajax al cuidado de una señora. Cuando regresé lo habían bautizado como Bebé. Sentí que había vuelto a mi combatiente felino en un Silvestre cualquiera. Bebé ya no respondió a mi llamado ni me reconoció. La señora en cambio, me dijo. yo podría quedarme con él. Prometí llevarle comida y arena, cosa que nunca hice.
Ahora, O tiene un par de gatas. Me dice que las conoció casi el mismo día que nosotros empezamos a acercarnos. Se llaman Nadja y Mía. Mía voló un día desde el sexto piso y no le ocurrió nada. Nadja está gorda, una pelota con pelos. Nadja es indiferente, no maulla, sólo está ahí echada. hace días, O recogió otra gata de la calle. Es negra con tonos cafés y alguien le cortó los bigotes de un lado. Las hijas, como les decimos, se pusieron nerviosas, alteradas, iracundas. Nadja empezó a gruñirle a todo mundo. Mía dejó su natural saltimbanquismo para no moverse de las esquinas de la casa. La negrita, como le decimos, siempre estuvo acurrada sobre un bote de pintura.
Ahora la tengo en casa pero en unos días se va a casa de Ioio. A mí me ha hecho feliz pero por alguna razón mis pocos gatos, al menos lo que he escogido, tienen manías perrunas poco felices para mi tranquilidad: insisten en lamerme la cara, en acostarse al calor de mi cuello, les gustan mis piernas para sacarle lustre a sus uñas. Hoy ando todo arañado del brazo. Y la negrita ya se va, se va para Sayula como dice la copla. La Nina tenía otro nombre: Ingrata. Le puse así porque esa noche troné con una novia. A la negrita no le puedo decir, más bien creo que el ingrato soy yo por regalarla más adelante. Pero mi casa, aunque bonita, es pequeña. Ya habrá casas más grandes, creo, para tener un gato, escogerlo de la calle y ponerle otra vez un nombre combativo, nada de bebés.

Sunday, December 03, 2006

A veces la vida se resume en un voluminoso: ajá.