Estos días me he sentido como al final de la fiesta, cuando sigues con una botella en la mano, semivacía ya, caliente incluso la cerveza y ves cómo los demás se despiden y se alejan con un breve ademán de adiós y los dueños de la casa empiezan ese lento y arduo proceso de limpiar los destrozos; pero tú no te vas, sigues ahí en ese rincón, aún tratando de exprimir una charla, esperanzado no sé qué cosa, como si todavía fuera a ocurrir algo importante a esas horas de la fiesta donde ya no puedes hacer amigos, ni iniciar charlas con aquel con el que nunca hablaste y donde los que murmuraron de ti no lo dejarán de hacer como lo hicieron desde el momento que entraste a la reunión y te preguntas, acaso con cierta inocencia, si las cosas pudieron ser distintas, qué habría pasado sí le hubieras hablado a la chica guapa ¿tendrías su teléfono? ¿Habrías podido acostarte esta noche, con ella? ¿Qué habría pasado si te hubieras acercado con aquel con quien no parecías tener ningún punto en común o si hubieras hablado aún más con aquellos que te dieron la bienvenida e iniciabas charlas torpes sobre la amistad y la política, esas charlas de principio de fiesta que todo mundo sabe, son sólo el tanteo para las charlas verdaderas, las que ocurrirán al filo de la madrugada, al calor de la ebriedad y el frío?, incluso te preguntas que si hubieras llevado más cerveza ¿aún habría fiesta? ¿aún estarían los amigos junto a ti?, porque esto de hacer amigos en las fiestas, ya se sabe, nunca es una decisión personal sino causal: bien pude volverme amigo del que a media noche me increpó por tardarme frente a la ensaladera.
A esta hora ya se bebió lo suficiente, se comió hasta saciar, se bailó, se cantó, etcétera.
Estoy en ese momento de la noche cuando te das cuenta que todos los que fueron a la reunión te empiezan a parecer extraños, porque hay un momento de la fiesta donde nadie está a gusto ni consigo mismo, cuando la botella está a punto de caérsete de la mano a causa de la ebriedad y ves a los que se van juntos, satisfechos para seguir con la parranda en otras casas o en la noche, por las calles de la ciudad, al filo de los mariachis o de los karaokes o en mesas donde se cocinan espaguetis y enchiladas o en los hospitales y las calles ebrias y no sabes si debes irte con ellos o quedarte con los que sólo fueron a la fiesta a chupar gratis, sin ánimos de conocer a nadie o si acompañarás un momento más a los que se van solos a casa, con las manos vacías, a sus camas heladas.
Estoy en ese momento de la fiesta; ya me corren, ya los dueños de la casa bostezan a mi lado, miran el reloj, me sonríen con cierto apuro y no intentan ni siquiera una última charla y veo los destrozos de la noche, las botellas vacías, las bolsas de basura, las manchas de vino, las colillas de cigarro, los platos sucios, los sillones donde un grupo cantó toda la noche, las esquinas donde se fumó con placer, las terrazas de donde se oían risas y complots, recuerdo los equívocos, porque en el fondo, toda fiesta, más que una reunión de amigos, es una reunión de contradicciones, de contradictores. Y veo a los últimos que se van para pegarme a ellos y como siempre, en un último afán de rapiña, todavía voy por algunos cacahuates, me robo la última cerveza para el camino y para empezar a recordar, arrullado por el ruido de la ciudad o de mis pasos, todo lo bueno y malo que pasó durante esta reunión de dos años, para empezar desde este momento la fiesta desde el único lugar de donde la podremos recuperar, desde la nostalgia.
A esta hora ya se bebió lo suficiente, se comió hasta saciar, se bailó, se cantó, etcétera.
Estoy en ese momento de la noche cuando te das cuenta que todos los que fueron a la reunión te empiezan a parecer extraños, porque hay un momento de la fiesta donde nadie está a gusto ni consigo mismo, cuando la botella está a punto de caérsete de la mano a causa de la ebriedad y ves a los que se van juntos, satisfechos para seguir con la parranda en otras casas o en la noche, por las calles de la ciudad, al filo de los mariachis o de los karaokes o en mesas donde se cocinan espaguetis y enchiladas o en los hospitales y las calles ebrias y no sabes si debes irte con ellos o quedarte con los que sólo fueron a la fiesta a chupar gratis, sin ánimos de conocer a nadie o si acompañarás un momento más a los que se van solos a casa, con las manos vacías, a sus camas heladas.
Estoy en ese momento de la fiesta; ya me corren, ya los dueños de la casa bostezan a mi lado, miran el reloj, me sonríen con cierto apuro y no intentan ni siquiera una última charla y veo los destrozos de la noche, las botellas vacías, las bolsas de basura, las manchas de vino, las colillas de cigarro, los platos sucios, los sillones donde un grupo cantó toda la noche, las esquinas donde se fumó con placer, las terrazas de donde se oían risas y complots, recuerdo los equívocos, porque en el fondo, toda fiesta, más que una reunión de amigos, es una reunión de contradicciones, de contradictores. Y veo a los últimos que se van para pegarme a ellos y como siempre, en un último afán de rapiña, todavía voy por algunos cacahuates, me robo la última cerveza para el camino y para empezar a recordar, arrullado por el ruido de la ciudad o de mis pasos, todo lo bueno y malo que pasó durante esta reunión de dos años, para empezar desde este momento la fiesta desde el único lugar de donde la podremos recuperar, desde la nostalgia.
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