-¿A dónde? -me preguntó con ánimo de iniciar la plática. Yo pensaba en esos tacos de surtidita y en una quesadilla de sesos cuando le respondí.
-Pues a comer.-Ah... pues vamos, yo voy a eso.
No fuimos por los tacos de surtidita pero sí a unas quesadillas a dónde nunca había ido a comer. Resultaron algo flacas y medio sabrosas pero ahi con Sergio platiqué a gusto mientras pasaban las micros llenas en la avenida y unos músicos le daban tremendas mordidadas a sus tacos.
-Ahi nos vemos -le dije a Sergio- si no me voy ahorita no llego.
Usualmente tomo taxis aunque esta semana sí he abusado. Tomé uno que me llevó desde el perifas, como le dice Brenda al gran cauce automovilístico del Periférico, hasta la colonia Cuauhtemoc. Cuando llegué a la siempre impresionante Fundación para las Letras Mexicanas mi ánimo estaba concentrado en dos cosas: ir a tirar una firma y lavarme los dientes. Me abrieron la puerta, me registré y siguiendo por el mediano estacionamiento fui a los baños. A un lado de estos hay un ramón impresionante y una mesa negra forjada en hierro. Dos becarios estaban ahí, un chico y una chica a quienes había visto la noche anterior en la obra de teatro de Mariana y Denisse, otras dos becarias. Murmuré un inteligible y nervioso hola y pasé al baño. Cuando salí en la mesa ya había más de seis personas y pasé de largo. Luego escuché a mis espaldas.
-Que hubo maestro.
Era Federico Vite. Regresé a saludarlo. Federico es un tipo relajado e intuyo, honesto. Es un narrador joven de la república hermana de Acapulco y ahorita es becario de la Fundación.
-Sientese maestro -dijo yo fui aún anerviosado y me senté.
Comenzaron las presentaciones de rigor, Toño, ella es fulana, mengana, perengano, usalana, etc. (no recuerdo sus nombres). Estuvimos ahi un rato platicando hasta que vi a lo lejos a Teresa. Ahi mos vemos, les dije, me despedí de Federico y fui con Teresa. Ahora tengo que decir que a Tere la conocí en la presentación pasada cuando los animosos becarios ignoraron a Coral Aguirre. Yo salí tan enojado entonces y tan contrariado de la pasividad (al menos de intuir esa pasividad) pero entonces apareció Teresa, se presentó y ella ha sido una buena conocida.
Asi que ya me metí a la salita donde se iba a presentar el libro. Apareció por ahí Omar Cadena, un bato de Hermosillo que va a ir al encuentro de escritores jóvenes del norte y nos saludamos. Ya después los becarios comenzaron a llegar y ocuparon sus asientos. Al fin apareció Héctor Alvarado, Jaq Zúñiga y Paty Laurent. Héctor me entregó las solicitadas glorias y nos dimos un abrazo. Miré a Teresa que llevaba una mantilla negra cubriéndole el pelo y a Denisse a un lado suyo. Luego ya subimos a presentar el libro.
Primero habló Jaq sobre la novela. Esbozó las características de los personajes, habló de la bondad de Héctor como narrador y citó mucho a Foulcault, creo. Cuando me tocó el turno mis nervios casi habían desaparecido. Aquella masa heterogénea de la vez pasada se había fragmentado en dos o tres rostros conocidos y eso siempre destensiona. En primera fila estaba Eduardo Langagne, el admistrador de la Fundación y reconocido poeta. Llevaba unos lentes delgados y vestía de un azul que le daba una tranquilidad inusitada.
Pero yo aún no podía olvidar lo de la vez de Coral Aguirre. Lancé una mirada rápida a los becarios y vi en algunos la misma muestra de fastidio de la vez pasada y entonces pensé: caray. Mis primeras palabras fueron: Antes que nada quiero agradecer a Héctor la invitación para presentar su libro... (y luego miré a los becarios y sin ocultar la ironía, agregué) Y a ustedes por su gozosa presencia. Unas risitas salieron de entre el público y yo me sentí bien a gusto después de decir eso. Era como si, a mi manera, me hubiera vengado de la presentación pasada. Leí y leí mis cuatro cuartillas y al finalizar, para mi sorpresa, aplaudieron, bueno, de esos aplusos aletargados y por compromiso pero al menos reacción hubo. Después Vite se aventó un buen texto sobre el libro y cuando salí apareció Sergio, un batillo de Tijuana y saludé a Julían Robles. Justo ahorita me pregunto si está muy mal andar citando nombres y nombres.
Cuando se acabó salí con A, B y C al hotel. A comentó que le había gustado la presentación mientras que B, con su facilidad de charla y alegria sugirió una cantina. C, que a pesar de tener ya un rato en el d.f. no sabía a dónde podíamos ir así que nos fuimos o los llevé más bien la Covadonga. A pidió brandy mientras B nos comentaba de su libro editado en Inglaterra y C nada más comía callos a la madrileña. C quería ver el partido de los Tigres contra Once Caldas y terminamos yendonos al hotel donde A y B estaban hospedados. C se acostó en las sábanas mientras A y yo bebíamos a gusto. B nos contó de las maias y de la numerología y fue ahí donde nos dimos cuenta C y yo que cumplimos años el mismo día. Yo nunca había conocido a alguien cercano que cumpliera años el mismo día. Nos miramos con afecto, creo, en ese momento. Al final Tigres empató 1-1 con el Once Caldas y C y yo nos fuimos.
El camino de regreso por Insurgentes hablamos de aquel pasado en común (aunque vivido no en vida común) de nuestras andanzas por el tenebroso medio de escritores de N.L. donde en algún momento todos se odian y todos se aman. Al mismo tiempo agradecimos no estar en N.L. C me dejó en casa y quedé de hablarle para felicitarla la otra semana. Toda ella es pequeña, morena y tiene una mirada que seduce. Se fue en su platina rojo y yo entré a casa, satisfecho del día y de la gozosa presencia.
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