Friday, January 13, 2006

los ojos de glori

Estaba enamorado. Un primer amor de locura, de lejanía. Todas las tardes Claudia, con quien había estado en tercero de primaria, subía a su casa que daba justo a mi salón de clases y me sonreía o se ponía a hacer la tarea en una amplia zotehuela de su casa. Y yo la quería con esa cosa rara del primer amor. Veía la tez blanca de su rostro, sus ojitos cafés, el pelo castaño, sus labios chiquitos y rosas y más me enamoraba. Claudia estaba en la misma escuela, solo que en el turno matutino. Se había cambiado justo al terminar el tercer año. Y la extrañaba. La eché de menos todo ese cuarto año mientras jugaba al beisbol en el equipo o salía a jugar basquetbol en la cancha blanca por el sol, o mientras comía tostadas con salsa roja y limón y las pasaba con sendos tragos del agua helada que salía de los grifos del bebedero de azulejos azules.
Y estaba enamorado aún en quinto año y seguía viendo a Claudia en la zotehuela de su casa. Una tarde, mientras en el patio ocurría la kermese, subí a mi salón y ahí estaba en su casa Claudia. Me miró, me sonrió y dijo que me quería mientras lanzaba la luz del sol hacia el salón con la ayuda de un espejo. Yo estaba sorprendido del amor, sorprendido porque siempre sorprende saber que otro te ama y bajé corriendo e intenté salir de la escuela pero fue imposible porque estaba un conserje.
Y estaba enamorado. Lo recuerdo. Por eso, al día siguiente, mientras mi madre lavaba la ropa, le dije: me quiero cambiar de escuela. ¿Y a qué escuela quieres irte? me pregunto sin dejar de ver la ropa que se movía de un lado para otro. El sol pegaba sobre la espuma y la tela roja de una camisa que emergió, tomó sol y volvió a meterse. A la quince. Mamá seguía sin hacerme caso. Ajá, ni creas que voy a ir con la directora, respondió. Si quieres, hazlo tú. Bueno, lo haré.
Así que me puse unos pantalones, andaba en shorts y salí de la casa con el sol de las ocho de la mañana sobre las calles. Subí por gardenia, doblé en manzano, subí por privada gardenia hasta cerezo y llegué a la escuela. Pedí hablar con la directora. Le dije que deseaba cambiarme de escuela a una con un mejor nivel y le extendí, orgulloso, mi boleta de calificación con puro diez. Luego mentí: además, tengo problemas con mis compañeros (era cierto, al menos un año antes me la pasaba entre pleitos y perseguidas). La directora miró la calificación y me dijo: A ver, trae a tu mamá.
Cuando volví a casa mamá se sorprendió mucho. ¿Cómo que fuiste a hablar con la directora? Pues si, fui y quiere verla. Mamá con el vestido en parte mojado por la lavada se arremangó las mangas, se puso algo seco y ahi fuimos los dos hacia la escuela quince de mayo ya casi las nueve. Mire directora, dijo mi madre, le dije que viniera a hablar porque no pensé que lo fuera a hacer. Y la directora nada mas puso cara seria y luego se rió. Entonces saliste aventado, me dijo y yo me puse rojo de verguenza pensando en que al fin podría estar todos los días más cerca de Claudia. No aceptamos a nadie iniciado el ciclo escolar, y menos de una escuela donde hay pocos alumnos como es la cerro de las campanas, pero esta bien, vente mañana a las siete para asignarte salón.
De regreso a casa no cabía de felicidad. Estaba enamorado. Vaya que lo estaba.
El problema fue en la tarde.
La escuela.
Amá, le dije, venga conmigo para hablar con la directora y la maestra. Mi madre se cruzó de brazos. No mijito, aquello lo hizo solo, esto tambien lo hace solo. Lleno de miedo entré a la oficina de la directora. Le dije del cambio, vio mis calificaciones, suspiró. Su oficina era muy oscura y pocos trofeos había en las vitrinas junto a una bandera de México percudida por la penumbra. Salí de ahi con aire triste y subí los escalones hasta mi salón. Luego hablé con mi maestra, la esposa de mi maestro del año anterior y cuando le dije puso la pluma sobre el escritorio y miró hacia la casa de Claudia donde no habia nadie. Sentí su decepción. Qué le vamos a hacer. Siéntate. Después se puso en pie y dijo en voz alta que me iba a cambiar. Mi compañera de banca, Gloria, volvió a verme y su rostro decía algo de tristeza, sus ojos brillaban temblorosos. ¿Es cierto?, preguntó y yo asentí. ¿Pero porqué te vas a cambiar? Y miré hacia la casa de Claudia sintiéndome muy muy tonto. No sé, pero ya me cambié.
El resto de la tarde no lo recuerdo, menos si salí por el portón o por una puerta, si les dije adiós a todos y cada uno pero al día siguiente estaba puntual y contento en la dirección de la quince de mayo. Vi pasar a Claudia con su salón y se sorprendió al verme con mochila junto a la directora. Todo fue bien, pero tambien, ahora, cada que renuncio a algo recuerdo los ojos de Gloria, sus negros ojos temblorosos y quisiera darle un consuelo no por mi partida, sino por las partidas del mundo pero no encuentro mas palabras que aguantarse y seguir. Y sí. Esta semana he renunciado otra vez a muchas cosas para ir en pos de una Claudia distinta, de una Claudia que espero abrá los ojos, sorprendida.

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