Siempre pasa la vida tan rápido, me digo. Y veo mis manos igual de blancas que siempre pero ya con algunas arrugas cuarteándolas. Dicen que en Monterrey llueve y no sé porqué recuerdo esas mañanas lluviosas cuando había que salir a vender el periódico. Mi abuelo estacionaba el valiant viejo y con el piso carcomido y se trepaba a la bicicleta a repartir las entregas. A veces lo esperaba medio dormido en el coche escuchando las canciones de los Beatles pero cuando fui creciendo me mandaba a realizar las entregas en las calles cercanas. Y ahí estaba ese gran parque de la colonia Victoria: un parque inmenso que un verano mi tío Roberto fue a cortarle el césped y a cobrarle a la junta vecinal. Se fue con sus tijeras y no sé cuánto instrumento más y se dispuso a cortarlo todo. Ahi en ese parque también me tiraba a dormir en las bancas cuando el tiempo lo permitía y amontonaba los periódicos como almohada antes de ir a repartirlos. Olía a hierba fresca entonces y en el campo de futbol estaban las porterias blancas y oxidadas en las bases. Cómo crecía la hierba entonces. Siempre más alta y más esponjosa donde los perros se perdían a veces. Y la Colonia Victoria era bonita con sus casas residenciales, tapiada hacia el poniente por una calle de bodegas y parques de trailers y por el otro lado por la avenida Tauro al oriente y finalemente por la avenida ruiz Cortinez al sur y por el río de la Talaverna al norte. Ahí pasé buenas madrugadas y no entiendo de dónde me vienen estas palabras porque la colonia permanece ahí y no he pisado sus calles por más de siete años.
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