Thursday, February 17, 2005

Mañana es 18 de febrero

Miro el calendario. Qué pronto se nos vino o se me llegó otro 18 de febrero. Qué pronto, caray, otra vez la fecha. Y me encuentro entre contento y a la expectativa de la fecha. Había hecho planes para algo, planes para una fiesta premeditada, consentida, feliz pero apenas faltando un día para el 18 no sé ni qué hacer.
También me pregunto sí armaré tanta alaraka por el día, claro, un 18 cualquiera, sin importancia en el calendario cívico, escolar o pachanguero de este país. El 18 es importante, tal vez, sólo para aquellos que nacieron ese día y yo no nací ese día, sino el 26 de mayo.
Días importantes pienso... días importantes. Mis días buenos son además del cumpleaños el año nuevo, la navidad y el cumpleaños de familiares (que usualmente olvido) y el día de mañana. Todas las demás fechas me son sin indiferentes en realidad, me apego a ellas pero nada hay de felicidad en mí al hacerlo.
Hace cuatro años de mañana, desperté muy temprano con los nervios sueltos y el ánimo en alto. Mi tío José Luis me llevó al aeropuerto en su camioneta Dodge y nos acompañaron mi abuela y mi madre. Una noche antes me había despedido finalmente de Sonia para empezar un hasta nunca. En el aeropuerto hice los trámites rápidos y luego esperé. Mi madre intentó no llorar pero sé que no pudo. Luego, ya en la sala de espera, compré un periódico y minutos antes de abordar hablé al Conarte (ese sitio, mi sitio al que ahora están otros que lo harán su sitio) para despedirme melodramáticamente de Cordelia. En el avión todo bien. Una regiomontana iba conmigo y miraba por la ventana cómo ese ajedrez regiomontano desaparecia. Se iba a Huesca a vivir con su flamante marido español. Así llegué al Distrito Federal para iniciar esa aventura llamada el Centro Mexicano de Escritores.
Un año después, terminada la beca, ese 18 de febrero llegué con nerviosismo al café internet y le escribí a Hernán Quijano. Me había hecho una entrevista para laborar en IBM. Le escribí qué había pasado, si había sido aceptado o qué. Me contestó a los cinco minutos. Me temblaban las manos. De la respuesta de Hernán estaba que me quedara en el D.F. por tiempo indefinido o que volviera maletas en mano a Monterrey en cuanto el centro mexicano me diera mi último cheque. Pensaba, no estaría tan mal esa opción tampoco. Así que abrí el correo. Hernán me decía que me presentara a trabajar el martes siguiente en Santander y me dio su teléfono. Háblame, me dijo, estoy en la casa. Así que salí del internet y le hablé. Me dijo, a las cuatro, por la bolsa mexicana de valores, en la palmera, un camino que conocería muy bien.
El siguiente 18 de febrero me sorprendió trabajando en Santander. A la hora de la comida me fui al Museo de Arte Moderno en Chapultepec y vi mis cuadros favoritos. Yo estaba ya en fiesta. Luego, ese mismo día me hice de una lap y por la noche fui con Mónica a cenar al Daikokú (un lugar que la excelente Liliana Menéses descubrió para mi). El final de la noche no fue tan padre como hubiera querido pero significó muchas cosas, claro.
Así hemos llegado al 18 de febrero otra vez. Si miró hacia atrás (nunca es bueno mirar mucho hacia atrás) miro que la vida en el Distrito Federal ha sido buena laboral, sentimental, y proyeccionalmente buena. Y este año se presenta con una tranquilidad inusitada y con mucho trabajo. Ya no estoy en IBM-Santander Serfin sino el ILCE. Ya no soy becario del centro mexicano pero ahora estoy en el FONCA. De una señora y su nieta quienes me recibieron en su casa como amigo ahora hay bastantes, Liliana, Alfredo, Martín, los Camarillo Palafox, los becarios de ese centro, la gente aquí en el ILCE. El libro también está por salir. Así que mañana simplemente no sé qué haré, si saldré a reventarme, si no lo haré. Pero será 18 de febrero entonces y un buen pretexto para mandar un mail a los amigos regios que vivieron conmigo esa partida con sus fiestas de despedida, la cantineada por Monterrey con Gerson, César, Rilva. las cenas que Daniel de la Fuente me hizo en su casa con Felipe y Toscana ahí, la despedida en casa. Al final es todo un buen pretexto para seguir disfrutando de esto hasta que termine.