Los lazos son importantes para mí. Es la única manera de mantenerte como eres, de seguir siendo eso que siempre has sido. Mis amigos buenos buenos y amigas igual de queridas son muchos y me considero afortunado por ello. El afecto es recíproco, creo. Vivo por una simple máxima: querer a quienes nos quieren y nada más. Todo lo que queda fuera de esa premisa me parece superfluo. Los que no nos quieren, bueno, ni modo, tampoco se trata de tener un millón de amigos. La amistad es un espejo donde nos miramos al corazón siempre.
Hubo un tiempo cuando mis amigos iban conmigo a llanos a tirar piedras a panales de abejas pero ese tiempo ya pasó. Hubo otra edad donde con mis amigos iba a quinceañeras de amigas o cuando salíamos por primera vez a conquistar las noches regiomontanas a nuestras maneras. Y ese tiempo también ya pasó. Luego asistí a bodas o me decían que se habían juntado a vivir con sus hombres y sus mujeres. A mi me seguía dando felicidad que compartieran esa pequeña decisión conmigo a pensar de las distancias y paso del tiempo. Luego mis amigos tuvieron sus hijos.
Así he ido conociendo a los hijos e hijas de mis amigos. Los hijos sorprenden a todo mundo, no sólo a los padres. En los hijos descubres los rasgos que no veías antes en tus amigos. El primer hijo que conocí fue Ángel. Su mamá, Diana, era un viejo amor de la secundaria y su embarazo fue sorpresivo para todos. Pero recuerdo con claridad esa tarde ahí en GINECOLOGIA con Diana comiendo huevo y pan y Ángel, ese pequeño todo rojizo, enrrollado en las mantas, el mismo Ángel a quien tuve la oportunidad de pasear un rato por las calles del centro histórico del D.F. Cuando nació Zoe, la hija de Gerson y Elia, salí del Obispado cuando pude y llegué justo cuando ponían a Zoe en su cuna. Dice Elia que no olvida ese momento. Yo tampoco. Un poco después nació Patricio, el hijo de Daniel de la Fuente y Claudia. Yo llegaba algo triste por esas siempre imponderables cosas del amor y al ver a la joven familia lo olvidé todo. Patricio estaba ahí en su cuna, en un cuarto caliente con sus padres al lado. Ahora cuando lo veo los tres recordamos cuando lo cuidé una mañana en el d.f. mientras ellos trabajaban y que no debo de contarle el cuento del Perro que saca la lengua.
Ya en las vísperas de mi partida Josué Salinas y Laura tuvieron a Natalia. Esa niña Natalia tan inteligente que ya usa la computadora y entra al encarta a sus cortos tres años. La llevaron para que la conociera a la casa. Era increíble porque hacía un frío terrible y así conocí a Natalia.
Y los hijos siguen llegando. Socorro y Efraín tuvieron a Marcelo y ahora que lo conocí en Cuernavaca Marcelo no paraba de reir. Matías, el hijo de Mario y Karla tiene unos pulmones fabulosos y la última vez que lo vi destruía una revista Cambio, revista de la que su papá es editor de cultura.
Así otros niños han nacido pero no estuve en los momentos de las noticias felices, como Sara, la hija de Daniel y Lety.
De lejos me han llegado noticias del nacimiento de Sofía en tierras catalanas y ahora el nacimiento de Daniel en la perla del Occidente. Elena y Víctor están contentos. Esa felicidad entonces de decir: Toño, ya soy padre, queda resonando en mí por una y otra vez y como el resto de las palabras que importan, se vuelven eternas.
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