Monday, January 07, 2008

Cucharas

A mí me parecía fantastico aquello. La anciana curaba el dolor de estómago sólo con pasar una cuchara llena con aceite sobre el estómago. En algún momento la mujer probaba el aceite y le ponía unas pizcas de sal. Y uno estaba tendido en la cama, con la mirada perdida en las vigas de madera y el techo de lámina carcomido. Se podía ver la luz del día mientras sentías aquella cuchara pasar en círculos por el vientre. A la señora le decíamos Madrina o Tía, ya no lo recuerdo pero era obvio que por mi sangre no corría ninguna sangre familiar a ella. E íbamos a verla cada que podíamos. Tenía la piel curtida por la vejez. Era imposible seguir el rastro de sus arrugas de su rostro avejentado. La mano tenía lunares dentro de los lunares, aquellas manchas cafés eran como soles envejecidos en los que nacían y morían otros soles. Y pasaba la cuchara con aceite con suma tranquilidad y probaba el aceite. Nunca más me han vuelto a curar con semejante acto de magia y de niño siempre necesité de la cercanía de los doctores. No sé qué ocurrió de ella. Murió, con seguridad. Su casa aún está en la colonia, tiene el mismo color verde gastado, la puerta de madera es la misma pero al interior de la casa sólo se ve oscuridad y al acercarse a tocar la madera se tiene la sensación del frío que la madera recoge con los años, uno siempre dispuesto a explotar en los recuerdos. La madrina, la vieja, la tía. Nunca más volvieron a curarme con semejante acto de magia: llenar una cuchara sopera con aceite y pasarla por el vientre con movimientos circulares pero uno se estaba ahí, quietecito, buscando la luz a través de los hoyos del techo, cercano a la madre, aferrado a quién sabe qué fe.

4 comments:

José Luis said...

Antonio,tengo un recuerdo semejante, también de cuando era niño:

La ignorancia de mi madre permitía que una señora llamada Simona, nos curara con hierbas, y con cuanta cosa rara se le ocurría.

Iba a mi casa, se cerraban las puertas y ventanas, y aquello empezaba a arder gracias al humo y calor del incienso quemado en una pala. Todos pasábamos por encima de la pala dibujando una cruz con nuestro movimiento, era para que las envidias, y los malos agüeros se fueran de la casa.

Recuerdo en una ocasión en que me curó, no se de qué, porque no estaba enfermo que yo sepa, me dio unas sobadas en la espalda baja que me dolían tanto, luego me estiraba el pellejo de la misma utilizando manteca vegetal, era horrible el dolor, pero tenía que atenderme, eran órdenes de mamá. Luego me hizo comer unas bolas que parecían cacas de chivo, guácala, asquerosas, y con lo asqueroso que era yo.

El mal de ojo, de espanto, las protecciones y los "trabajitos" se hicieron familiares en mi vida.

Ahora lo recuerdo y me río, sobre todo al conocer posteriormente que Doña Simona estaba loca de remate, que sus hijos le enviaban dólares del otro lado y ella los lavaba porque estaban verdes; y que cuando entraba en ataques de histeria le daba por romper el tapiz de los sillones con una navaja.

¡Qué cosas! ...Adiós a la ignorancia.

Buena salud a todos.

Ernesto Schutz said...

Esas cosas a veces tienen buenos resultados, yo creo que esta basada en la fe.

José Luis said...

Toño:

Me tomé el atrevimiento de publicar un texto mío, basado en el comentario que dejé aquí, no lo pude evitar, me trajiste recuerdos muy simpáticos.

Buena salud a todos.

Anonymous said...

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