El día empieza bien cuando recibes mails afectuosos y tienes junto a la computadora el clásico tamal de mole y el atole hirviente de chocolate mientras afuera sigue nublado.
Usualmente el amanecer suele ser lo más fastidioso del día, pero a últimas semanas me descubro levantándome antes de la cuenta y llegando temprano al trabajo. No sé en dónde radique tal proceso evolutivo, pero recuerdo cuando estudiaba comunicaciones en la UANL, allá por la Loma Larga y apenas abrir los ojos era pronunciar la primera maldición del día.
Y ahora, pensando el mis amaneceres, se me va para siempre lo que pensaba escribir sobre tacos y desayunos. No es la forma como duermes sino como amaneces. Puedes dormir cayendote de borracho (eso es tan placentero) o de cansancio. Cuando viajo de noche me tomo mis tres pastillas para dormir y no abro los ojos hasta que, afortunadamente, el autobus va bajando a Monterrey y veo la capa de smog (los regios siguen pensando que es neblina, jajaja).
Nunca he amanacido sin saber qué hice la noche anterior. Por otro lado, me gusta despertar en casas que no son mi casa. En un hotel en Taxco desperté y cuando abrí la ventana las calles empinadas y angostas estaban cubiertas de niebla (esa sí era neblina, me cae) y no faltó la señora con su bolsa para el mercado en la mano. Una vez, después de la única panteonada que hicimos los del Panteón, desperté en el rancho de Hugo y me leí Aura mientras aguardaba a que Parra y cia se despertaran e hicieran el desayuno. Claro, cuando despiertas con tu mujer al lado es mejor aunque aún no sé lo que es despertar aparte de con tu mujer, con tus hijos envueltos en las sábanas.
Hay despertares odiosos, cuando sabes que el día que viene será terrible. Es como una premonición porque apenas abres los ojos ya te vino la palabra asesina a la mente y te rompe la tranquilidad y a partir de ahí el día se convierte en una espiral de fastidio y terror.
Amanecer frente al mar es delicioso a pesar de la arena y del frío o los moscos en la madrugada. El sol se levanta perezosamente pero después, en una fracción de segundos se elevan como globo aerostático. En las mañanas se han ganado batallas y perdido imperios. En las mañanas se han perdido amores y se han consolidado otros. Quisiera saber qué pensó Napoleón esa mañana cuando el duque de Wellington lo derrotó a Waterloo o las palabras de Antonio Machado cuando llega al pueblo donde ha muerto su madre.
Mañanas, inicio del desastre, nacimiento de la esperanza. Yo creo que el día empieza bien cuando recibes mails afectuosos y tienes junto a la computadora el clásico tamal de mole y el atole hirviente de chocolate mientras afuera sigue nublado. Todo lo demás, es como espejismo.
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