Thursday, January 20, 2005

Canción de diez pesos

Acababa de llegar a Monterrey y sólo quería aprehenderla bien y guardar con lujo de detalles sus aires de doña señora. Y ya estaba en casa con la mirada aún sorprendida por todas las adecuaciones viales en Morones Prieto pero más aún por la cantidad de canchas que futbol y la pista de Go-Karts en el siempre frío y seco lecho del río Santa Catarina cuando miré el reloj y me di cuenta que ya faltaba media hora para las ocho. Así que salí de la casa y me encaminé a "Las arracheras" donde vería a unos amigos y amigas después de mucho tiempo.
Ya sólo ir por las calles de la colonia me pareció un descubrimiento. La gente tomaba cerveza en los porches, algunas luces navideñas iluminaban ventanas y puertas y no faltaban los niños que jugaban futbol en la calle. Cuando llegué a Ruiz Cortines la magia aún no terminaba. La avenida me recibió olorosa a tradición. En una esquina vendían tortas "estilo méxico" y me dio risa lo poco o nada que se parecen a las tortas que hacen por aquí. Luego, de la nada, apareció un trineo de Santa Clos, motorizado, con Santa incluído que saludaba a todos en la calle y llevaba en el trineo, cual regalos, a un montón de niños que hacían la delicia de lo kitch y asomaban la cabeza para ver mejor en la calle.
Me dije: estoy en Monterrey, no cabe duda; y recordé cuando de niño pasaba un trenecito que por cinco mil pesos de los viejos te daba la "guelta" por la colonia.
Luego apareció el ruta 215 y lo abordé. Las unidades siempre están sucias pero bah, es la ruta 215. Iba algo lleno pero encontré un lugar casi al fondo. Después me escuché bien: alguién cantaba un corrido. Por momentos no supe de dónde venía la canción pero ya después vi la guitarra escondida, al niño moreno, pelos negros y mirada opacada que cantaba haciéndole el coro o otro señor con sombrero, bota vaquera y hebilla. No cantaban mal pero en la segunda canción una tercera voz se unió a los cantantes. Era un voz abotargada, indecisa; un voz entrecortada que seguía tan sólo las últimas letras de los versos y las alargaba como si en ello estuviera el canto.
Cuando se terminó la canción encontré el origen de la voz: un borrachillo con cachuca beisbolera, moreno, con una barba entrecana y los ojos chiquitos por la borrachera sonreía con el cantante. Otra, le pidió y el cantante algo le dijo que al momento el viejo sacó una moneda y se la dio. Así escuchamos todos una vieja canción que yo recordaba muy bien porque a mi abuelo le gusta: "me he de robar esa yegua... no importa que sea casada..." Y el viejo seguía arrastrado las últimas letras cantando "robaaaaaaaarrrr, esa yeguuaaaaaaa.... no importaaaaaaa...."
Para esos momentos las risas brotaban del resto de los pasajeros mientras afuera pasaba la ciudad oscura con sus almacenes y sus campos deportivos y al frente, sin poder verlo, parpadeaba la antena de televisión del canal 6. Cuando la canción terminó el viejo le dijo: otra. Entonces el cantante abrazó su guitarra y empezó una discusión que por momentos se puso tensa. Ande, otra, otra, decía el viejo y el guitarrista negaba con la cabeza. El camión se detuvo y el silencio del motor acentuó las voces: toque paloma querida; ande. Y el guitarrista negaba y abrazaba más la cabeza. Luego dijo: se la cobro a diez pesos.
Al momento todo el camión se envolvió en el silencio. Afuera los otros autos esperaban el cambio de luz y todos mirábamos al viejo con su cachucha puesta y sus ojeras abultadas por la borrachera y la tenaz negación del cantante que sólo se acomodaban bien el sombrero. El viejo dijo: ya no traigo. Pues ni modó, le contestó el cantante. Luego, cuando el camión avanzó el viejo dejó de sonreír y miró por la ventanilla no sé si las calles oscuras o el pasar de los autos.
Entonces me acordé y metí la mano en la chamarra. Había un billete de 2o pesos. Lo acaricié por momentos y cuando lo saqué le hablé al muchacho que iba ya aburrido. Le dije: toma, tóquenle Paloma Querida al viejo y otra, la que él quiera. El pasajero de al lado se me quedó viendo con sorna y el muchacho tomó el billete aún sorprendido. Fue con el cantante, le entregó el billete mientras le susurraba algo que no pude oír. Luego el cantante volvió a verme y yo nada más asentí.
Pero ya iba a bajarme. Me puse de pie y fui a las escaleras y entonces vi cuando el cantante le decía algo al viejo y este sonreía con toda su capacidad de ebriedad. Se subió la cachucha y con las primeras notas de la canción toqué el timbre y bajé. Avancé unos metros y después el camión me rebasó pero iba envuelto en música y por la ventanilla miré bien al viejo ebrio que cantaba, imagino que arrastrando las últimas letras de los versos y a un lado veía la guitarra ardiente y envuelta en el alcohol y la música. Cuando llegué a "Las Arracheras" el olor de la carne asada me abrió el apetito. Sí, definitivamente estaba en Monterrey.

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