Friday, January 14, 2005

Se alquilan estadios

Los estadios obedebecen a la necesidad de procurar un espacio digno para el disfrute de un partido, sea el deporte que sea. A un estadio vas a divertirte y a mentarle la madre a un árbitro. Ahí puede gritar con toda calma que "eso es expulsación" o "ahora que están callados, la porra de enfrente, vaya y chinge a su madre". Y está bien. En los estadios uno va a que el grito nos raje las gargantas. También se va a chupar una cheve o las cheves; a tragar las tortas "estilo México" y hotdogs con salchicha para asar rellena con queso asadero.
Yo he sido muy feliz en los estadios cuando he ido. En un encuentro de beisbol Sultanes contra Dos Laredos me di cuenta que este deporte admite muy bien discutir sobre los reinos medievales mientras hay cambio de pitcher. Aunque las porras beisboleras no son mucho de mi agrado por pusilánimes y recatadas recuerdo que se la menté como dos veces a los jugadores de los Sultanes porque metieron carreras. (No le voy a los Sultanes.)
No he tenido la dicha de ir a un encuentro de americano en un estadio repleto de fanáticos que se pintan la cara o se desnudan aunque haya dos grados bajo cero. En Monterrey los Auténticos tiene un estadio, el Gaspar Mass, que es pequeño y donde todas las porras se las llevan los coches que pasan por la avenida Nogalar justo al lado de la línea de gol de visitante.
El estadio te permite transformarte. Los civiles se convierten en delincuentes y los de habla bonita se ponen muy floridos. Regla que mata es la siguiente: no vayas con tu archiriquis mujer a un estadio y menos enfundada (no como los tamales ni como los embutidos, sino enfundada como en cuerpo de reina) en su playera del equipo porque me cae que nos vas a salir de pendejo y pobre diablo mientras que ella de diosa estatuaria y tonta por andar contigo. No van a faltar quienes digan que: "yo sí te voy a hacer que veas el cielo, mamacita". Oh, "tanto máiz pa tan poco gavilán".
Luego, mientras allá abajo unos tipos que ganan millones de pesos al año por pegarle a un balón, por abanicar tres veces, por equivocar un pase o simplemente por no correr, tú vas a estar arañando los bolsillos para ver si completas pa la pizza o mejor aún, pa la torta. Si tienes suerte, por ahí habrá alguna que se encuere y muestre en medio de sus senos un Puma o un calzón todo arremangado, igual y al "¿regalo?" que cierta aficionada puma nos hizo en un partido de la temporada pasada. Ya no son tiempos de Chiquitibunes ni hay árbitros tan carismáticos pero caray, qué bueno es ir al estadio. Gritas, cantas, te levantas del asiento con la carrera, anotación o gol. Hasta se ve la vida más bonita. Pero el estadio es para jugar; para divertirse. Ahora bien, ¿quién me puede explicar porque nunca faltan los novios que tienen "la grandiosa" idea de ir al estadio el día de su boda y ver un partido donde su equipo va perdiendo; o peor aún, como ciertos novios regiomontanos que he visto el día de hoy en le periódico, fueron al estadio sólo a ver entrenar a sus felinos jugadores de la UNAL?
A veces pienso que después de "la genial idea" (como aquellos que al casarse llevan sus bates de beisbol o los guantes, o tantito peor, las hombreras de americano) la vida se les va en una sonora aburrición. Pero va, no me amargo. No sería mala idea poner un pequeño estadio y rentarlo. El anuncio diría: Se alquila estadio para boda. El paquete incluye: pasto artificial, gente de mentiritas en las tribunas, sonido grabado de un verdadero estadio, árbitro como oficiador de mispar (Misa-partido). Si usted desea mentada de madre, embarrada de salsa de torta y balón autografiado agregue a su presupuesto $3,000 más.

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