Estaba en Santander entonces, recluído en esa oficina con poca luz y a la que entraba, apenas abrieran las ventanas, el espeso aroma de tacos de bisteck, chuleta y alambre que vendían justo a un lado de ellas cuando Liliana me dijo: Hoy viene Eduardo Santiago, el de los cuadros. Era febrero entonces y vislumbraba un año largo en Santander. Nada tenía definifinido. Cuando Eduardo llegó nos fuimos a la otra KF, donde estaban Criseida, Rous, Rodo, Nancy, Yuri, Brenda y Alfredo. Ahí fue cuando en realidad lo vi. El cuadro de Joy Laville era una mujer verde recostada sobre una llanura y con un cielo color pastel y azulado que me conquistó por completo. Su rostro era apenas una mancha de pintura pero los senos, las caderas y el pubis negro y fresco se me antojaron como un símbolo de una mujer que no tenía.
Eduardo nos mostró más cuadros y salieron de Coronel, de Soriano, José Luis Cuevas y más pero yo simplemente quería mi cuadro de Joy Laville con su mujer sin rostro recostada bajo ese cielo azul. Luego pregunté cuánto costaba. Me dijeron el precio. Los demás me miraron como viendo si me animaba a comprarlo. Pregunté el número de serie del cuadro, vi la firma de la autora y que era prueba de autor. Tráigalo en una quincena, le dije.
El día que lo llevaron dentro de su marco blanco llovió en la noche y me lo tuve que llevar al día siguiente. No pasaron más de dos meses para que también me fuera de Santander hacia el ILCE. Lo terminé de pagar a duras penas pero la mujer de Joy Laville está ahí, todas las mañanas mirándome desde la pared. A veces me siento en la cama y la observo detenidamente: sus contornos recios y firmes. Ese cielo que sigue siendo pastel y azul la baña y ella parece estar a gusto con esa luz tibia que moja su desnudez.
Tiempo después me enteré que ese cuadro, al menos el original y definitivo es la portada de la edición de "La hey de Herodes", ese fantástico libro del no menos fantástico autor Jorge Ibarguengoitia. Y tiempo después fui a la exposición de Joy Laville en el MAC. Ahí vi que mi mujer es una tantas de las mujeres de Laville, ahí vi que el cielo azul y pastel de mi cuadro es tan sólo una porción azul y pastel de los cielos de Joy Laville.
Hubo un cuadro que me emocionó. Se llama "Jorge y el mar". En él, se ve a un hombre (Jorge Ibarguengoitia) junto a un perro, de frente al mar. Sólo vemos la espalda del hombre y la sombra que corta la arena y vemos cómo el agua lame la playa y se disuelve antes de contraerse y regresar al océano. Luego, en otro cuadro, "Esperando que vuelva", una mujer llora y con sus lágrimas forma el océano y al fondo, sobre ese cielo azul claro, un pequeño avión se desploma sobre las aguas: no es otro más que el avión donde murió el escritor mexicano, pareja de Laville.
Pero esa es una historia triste. Mi mujer en el cuadro parece estar olvidada de todo ello. Mi mujer parece decir otra cosa. Todas las mañanas me sigue viendo cuando me despierto y de una manera u otra vela mi sueño como una amante cariñosa. Yo sólo espero qué mujer de carne tomará la forma que la mujer del cuadro forma, yo sólo espero bajo qué cielo azul ocurrirá esa transformación. Mientras tanto ella espera y yo, como Jorge, escribo y leo bajo la mirada atenta de la mujer del cuadro. No sé qué palabras aparezcan. Pero ella tampoco sabe qué pienso sobre ella.
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