Wednesday, March 09, 2005

Mis casas

He ido dejando mis casas. Esas casas que me retuvieron dentro de sus muros firmes o bajo sus techos de lámina han ido quedando atrás. Y vuelvo entonces la mirada a sus ventanas calladas y sus puertas sin magia con el pestillo corrido y no puedo más que volver a recordarlas y sentirlas. En ellas he ido dejando mi poca vida y aún no sé en cuál de ellas la dejaré para siempre. Recuerdo de la casa de Aragón esa fuente a un lado de la puerta y al Sansón echado debajo del calentador del agua. En el pequeño jardín que cuidaba la señora Alma tomaban la siesta Celic y Ramsès, los dos gatos indiferentes de la familia. Me gustaba vivir en Aragón porque todo estaba lejos y salir de la zona requerìa demasiada fuerza de voluntad. A veces compraba de pan en la panaderìa Lecaroz y muy cerca de ahi, todas las mañanas, salía a correr con frío o sin frío al deportivo Aragón que no eran más que cuatro canchas de futbol y una pista de atletismo donde siempre, de ocho a nueve de la mañana hacían aerobics un grupo de mujeres bajo la guía de un hombre moreno y diminuto que decìa y uno y dos y uno dos tres al ritmo de la música.
Pero luego dejé Aragón y me mudé a ese frío departamento de Plateros donde sólo estaba mi gato Ajax y un helecho que tuve que subir a un lavadero porque Ajax lo maltrataba. Plateros fue como un golpe seco con la vida. Subía por esas escaleras de fierro rodeado por el aroma de la comida que usaba las escaleras como chimenea para salir de entre las paredes apretadas. Abrìa la puerta y veìa en la casa nada más que el silencio y el ir y venir del gato que muy pronto tuve qué dejar. En Plateros había otros refugios como el pequeño pueblo de tiendas y los café internet. Sin embargo, el café internet que más me costó fue un donde perdí mas de 100 pàginas de mi inacabada novela de los trenes de Solidaridad y despuès de eso me sumí en un silencio que no podìa romper a pesar de estar ahi siempre con la mirada por la ventana desde la que se veía el pasillo delgado y gris, el jardín que siempre cambiaban los vecinos cada mes con el afán de ponerlo mejor.
Y luego me cambié con Ana al departamento 301 del edificio 19 de Vistas de Maurel. Era un departamento frío y yo no me acostumbraba a vivir con ella y creo que ni ella a mi. Tenía una estufa blanca y un refrigerador de donde hurté comida los primeros días ya que no tenía dinero para nada. No me hallaba a gusto en ese departamento sin puertas en los cuartos y donde la televisión estaba en el cuarto de Ana. Sentía que entrar a èl era no respetar la privacidad de Ana.
Pero luego todo cambió. Nos fuimos al departamento 503 un mes de marzo del 2003. Y las cosas ya eran distintas. Esa casa, ese nùmero marca simplemente lo mejor de mis dìas hasta ahora en el distrito federal. La casa era más acogedora y una luz càlida entraba por las ventanas y aunque el viento chiflaba afuera la casa tenía su olor especial que nos recibía como nuestro hogar. Ahí aprendì a cocinar con un poco menos de tartamudeos, ahí empecè a escribir de nuevo después de aquel silencio donde habia caido en Plateros. Ahí tambièn Minerva cocinó crepas cuando vino al D.F. junto con un novio en turno y yo les cedí mi lugar de suelo porque aún no compraba cama. Y cenamos crepas de pollo y hubo clericot y recuerdo con afecto esa noche en el sillón mientras pontificàbamos sobre literatura. En el 503 de Vistas recibí a Elida una noche de octubre y se quedó conmigo una semana. Le comprè flores, le hice de cenar varias veces, le preparaba el café en las mañanas antes de que se fuera a sus clases y en su piso nos tiramos a ver pelìculas al menos una vez antes de que se fuera. Elida dejó una sensación aún más cercana a casa con su risa, con su despertarse toda olvidada de si misma. Iba ahí a tumbos sacando la ropa de su maleta mientras yo la seguía con la mirada burlándome de ella.
Ahí también vino después mi hermano Jorge y luego Miguel y la pasamos bien platicando con cervezas fàciles y libros. Jorge aprovechó mi cuarto para dormir casi quince horas y Miguel como base de acción para partir de ahí hacia sus citas en el doctorado. Ahi también llegó otra vez Elida y Lacho cuando vinieron a mi cumpleaños.
Y luego, finalmente, como para cerrar bien ese ciclo feliz de casa, vino Ana apenas dos semanas atrás. Llegó con su risa, con sus cabellos rizados y largos. Así ràpido recuerdo ir a despertarla un sábado en la tarde para irnos al cine con unos amigos y estaba toda hecha ovillo bajo el edredón naranja (Uno que la señora Alma me había comprado en el 2002 y que ahora, despues de tres años, habìa vuelto a mi cama). Y ella abrió los ojos con flojera y me dijo, mejor no vamos. Y yo mirè por la ventana los otros edificios y màs lejos el barullo de las casas en un cerro. Volvì a verla y ella seguía dormida. Ana no come mucho asì que no le preparè grandes cosas pero creo que cuando se fue el domingo por la tarde, cansada despuès de errar por el centro històrico de la ciudad de Mèxico (fuimos a una exposiciòn de fotos en Reforma, al Polanco a ver hombres jugar con barcos miniatura, fuimos a Minerìa y la Munal y a caminar al centro y de regreso a Minerìa y a comer a un lugar en Gante) iba tan cansada pero creo que tan a gusto que luego me dijo se durmió de inmediato y no despertò sino hasta las cinco de la mañana.
Y ahora, asì como todos ellos llegaron y se fueron dejando la casa con sus aromas, sus manías, sus fantasmas de buenos recuerdos asomàndose por mi cama, buscando en maletas ropa y tiràndose en los sillones a ver la televisiòn; así también ahora yo me voy. Ana me lo dijo apenas ayer martes. Nos cambiamos, dijo, nos subieron demasiado la renta. Y ¿ahora a dònde? Aqui abajo, al 402. Yo miré la puerta de madera del 402. Un piso abajo. Pero creo que no es lo mismo. Ahora hay que volver a poblar ese otro departamento de recuerdos... ahora hay que hacer la gente vuelva y yo con ellos a momentos agradables. Pero me queda una cosa con este cambio. Ya no quiero estar cambiandome tanto de casa. Es hora de empezar a ver y comprar una donde los recuerdos no tengan que dejarse atràs, donde los aromas y las miradas còmplices no se queden y desaparezcan.

1 comment:

Anonymous said...

Què ganas de llorar me ha traido el texto , recordando mis años de estudiante forànea en Monterrey....TODO se vive igual , sea Oaxaca, Guadalajara, D.F....Las caras que entran con todas sus historias a nuestras casas rentadas, son las mismas que fortalecen nuestra existencia en el dìa que tenemos que salir....me gusto muchìsimo... la facilidad de transmitir las imàgnes es lo màs maravilloso que tiene el escritor. Que tienes tù!!! Felicidades , aunque llore!....GGMTZ-:(