Monday, December 17, 2007

El constructor de bicicletas

Mi abuelo Eugenio construía bicicletas. Compraba las piezas en los mercados de viejo o los viejos mercados de herramientas que se ponían por la antigua vía a Tampico y volvía a casa con mazos oxidados, llantas carcomidas por el desuso, aros y manubrios de diversas modelos y cadenas urgidas de engrasar. Y de todo ello mi abuelo lograba extraer algo bello o al menos algo decente para que nosotros, la prole de nietos, pudiera pasar al menos un verano libre de largas caminatas pero feliz con el aire sobre el cabello al descender en una bicicleta por alguna de las no pocas pendientes de la colonia.
Las bicicletas de mi abuelo eran raras. Tenía pesados manubrios que casi no lograban sostenerse sobre ruedas diminutas, cuadros de bicicletas de montaña que encajaban en ruedas de bicicleta de carreras o en en ruedas diminutas. Un asiento de bicicleta de cartero terminaba en una bicicleta con alma de deportiva. Pero todas funcionaban a la perfección y mi abuelo era un genio para colocar frenos de cadena.
Después de terminada la bicicleta venía lo mejor. Ir a tunearla con el vendedor de parches, calcomanías, aritos y estelas para los aros de las ruedas. Allá íbamos con la bicicleta recién salida de la fábrica a comprarle calcomanías flourescentes, adornos de plástico, espejos laterales, lucecitas rojas o portavasos de aluminio. Ya con la rila lista nos sentíamos los amos del camino. Tomábamos entonces hasta los confines de la colonia, nos íbamos más allá de la vía a Tampico o a las extrañas colonias más allá de la vía a Tampico y Churubusco. Íbamos los cuatro o cinco más un vecino hasta aquellos trazos irregulares de la colonia Reforma más allá de Félix U. Gómez.
Nos quedábamos allá toda la tarde del sábado o entre semana, comiendo gansitos y coca, viendo a la gente, las construcciones que nada tenían que ver con nuestra colonia, pasando lento frente a las otras escuelas de donde salían el griterio a la hora del receso o la soledad de los patios grandes si la visita era el fin de semana.
Un buen día mi abuelo dejó de hacer bicicletas. Un mal día mi abuelo murió. No sé qué le pasó a esas bicicletas amorfas de mi infancia, mis bicicletas frankensteins, como las apodamos por lo estridente de los colores que le cargábamos, por la forma tan dispar o asimétrica que tenían. No sé qué le pasó a las bicicletas, tal vez se destruyeron por el óxido, no lo sé, pero cada que veo una nueva, de fábrica, cromada, con esa pulcritud de la fabricación en serie me deprimo un poco e imagino que no será lo mismo al bajar por ellas en una pendiente tal vez por que la ilusión ha desaparecido o porque el miedo de que la frankenstein se destruya a mitad del vuelo no está en la sangre. Ha de ser distinto, me digo y al instante vuelvo a mi infancia, a las calles nuevas de las colonias distantes, al amoroso cuidado y lentitud de las manos de mi abuelo. Que quieren. Ando cursi.

4 comments:

La Baronesa Rampante said...

Que bonita historia.
Me gusto mucho.
Saludos

MaR said...

Llore te juro que llore, me hiciste recordar tanto a mi abuelo, era o mas bien es lo màximo.


Saludos

A. said...

Hola Jana y Mao, muchas gracias por andar de visita por mis crónicas. Mi abuelo, bueno, era muy chido. Decir chido es como reducirlo, pero es lo único que podría decir ahorita. Muchos saludos a ambas.

José Luis said...

Gracias por darnos crónicas como esta, gracias por romper los estigmas del tiempo.

Gracias por tener un blog, lo acabo de descubrir gracias al de Elia Martínez. Por aquí andaré.

Un abrazo.

Buena salud a todos.